El despertar del aprender
José Manuyama Ahuite
Facilitar el aprendizaje vaya que es una tarea de objetivo
escurridizo. Agoniza en cierto modo en todos los escenarios educativos,
evocando el término de agonía en su acepción etimológica de “lucha”. Hay una “agonía
del aprendizaje” en el sentido de que se aprende a pesar de muchas cosas en
contra. No toda enseñanza termina en aprendizaje, y muchas veces, éste se
concretiza a espaldas de la enseñanza tradicional.
El aprendizaje, en general, se ve obstaculizado por la propia
maraña curricular y los bloqueos mentales originados por todo tipo de
condicionamientos y prejuicios del contexto social y material. El avance rápido
del temario, por ejemplo, o por los mensajes de tipo denigratorio que se emite
desde los hogares respecto de las capacidades cognitivas de sus pequeños hijos.
Todos coinciden en el discurso en la importancia de la educación, pero en la
práctica cada uno pone más trabas que ayuda.
Llenar por completo un cuaderno no es aprender. Asistir todas las
clases tampoco asegura buenos aprendizajes. Es más que presentar tareas para el
registro respectivo. Casi todas las áreas curriculares definen sus evaluaciones
en pruebas escritas en el nivel secundario. Ni las notas altas garantizan
aprendizajes valederos. Para muestra veamos las contradicciones en los
comportamientos sociales: trabajadores de la salud tienen problemas de diabetes
u otros desórdenes alimentarios, la gente prefiere comer lo fácil y barato
aunque no alimente, el consumo de alcohol no hace distingos de grados, títulos
o condición social. Todos los corruptos han pasado por una escuela y también
los feminicidas. Las bebidas gaseosas pasan como alimento esencial en plena
cuarentena.
Mientras se desarrollan las clases pasan de largo competencias
esenciales como hablar fluida y asertivamente. Queda de lado cuestiones tan
importantes como el descubrir del valor que tiene el ser actor de la propia
vida, que nadie puede vivir la vida por uno mismo o saber que el tener una vida
plena tiene mucho que ver con decisiones propias, más que por presiones
externas. Igual se puede hablar del soslayo de la inteligencia emocional. Otro
tanto podemos hablar también del poco abordaje de la participación ciudadana.
El racismo se impone ante la interculturalidad.
Determinar qué debe aprender el estudiante es un asunto complejo.
Se supone que se educa para vivir mejor. Una población educada no
debería pasar tantas penurias. Sin embargo, ni los conocimientos más
especializados pudieron evitar la catástrofe viral. Hay otras calamidades que
se han normalizado como la corrupción que se reproduce como una pandemia.
Entonces, la educación, en suma, no cumple con su misión fundamental. Se pone
el énfasis en lo innecesario.
Las problemáticas existentes siempre han estado allí, pero sin
permear el currículo como es debido. Si queremos evitar los desastres humanos,
entre otras medidas a implementar, la nuevas generaciones deberán construir su
propio mundo para sí, uno donde los múltiples males existentes se reduzcan
largamente y puedan vivir en forma plena.
En condiciones normales ya era un problema el aprender en el Perú,
y en cuarentena es ya un problema mayor, donde las dificultades se han
acrecentado por mucho, y por más que se quiere valorar las clases remotas
sustitutas, lo que se logra en alguna proporción es repetir la enseñanza común,
de poco impacto. A las dificultades materiales hay que añadir las de carácter
sanitario y emocional que viven muchos maestros, estudiantes y sus familias. De
qué educación virtual se puede hablar en medio de tanto dolor por la pérdida de
un ser querido.
No podemos seguir en la misma dirección. La escuela deberá
reorientarse completamente. Pasemos el momento crítico pero pensando en generar
la reflexión necesaria para ir dando forma a la nueva escuela, que cambie tanto
en las finalidades como en su reorganización curricular. Es el momento de
la escuela donde no se “enseña nada”, pero sí se aprende mucho a cómo vivir con
seguridad en el presente y en el futuro.
Se puede avanzar en ese proceso. El pare forzado juega a favor.
Algunas referencias ya cambiaron de plano. El hogar es el espacio educativo
ahora, no el aula. Son los acontecimientos reales los elementos desde donde se
construye el currículo, no el menú temático de siempre. Entonces, es el momento
de poner las bases de la escuela centrada en el resguardo de la vida, de
la convivencia, de la ecología, de la interculturalidad y de la ciudadanía.
Por supuesto, esto va más allá de repetir las tareas de las clases
remotas todavía con el dejo tradicional. Es aceptar la realidad. No teníamos el
control antes, menos ahora. El aprendizaje depende más del aprendiz que del que
enseña. Debemos hacer que los jóvenes escolares sientan que ellos son el motor
de su “saber necesario”. Que descubran que nadie puede desempeñar
ese rol por cada uno. La educación es el despertar de uno mismo.
Ahí interviene el profesorado, como presencia que da confianza y amparo a ese
crecer. Debemos lograr que los chicos y chicas identifiquen qué habilidades les
asegura un futuro diferente. Las nuevas áreas del aprender son las necesidades
humanas esenciales, no son los cursos tradicionales. Es momento en que los
jóvenes escolares vayan asumiendo, en parte, ser responsables de su crecer y de
lo que acontece en el país.
Aportará empaparnos de los hallazgos de B. Lipton como elementos
claves para la reorganización contextual de la escuela para lograr ciertos
objetivos. Las circunstancias actuales también ponen en relieve los aportes
pedagógicos de Víktor Frankl y Humberto Maturana, que ponen el énfasis en el sentido
de la vida, el rol del amor en las relaciones humanas respectivamente.
Toda crisis también abre nuevas posibilidades. Como sociedad
tenemos condiciones históricas y culturales para ser un gran foco cultural de
humanidad saneada. Pasemos la emergencia educativa sin apuros y con
autocrítica. Que la lucha del aprender lleve esta vez a que los escolares
peruanos sean los pilares del nuevo país que merecemos deconstruir.
Comentarios
Publicar un comentario