La conciencia ecológica superará a la sociedad alienigenizada
José
Manuyama Ahuite
Si
no entiendes que estamos de luto, entonces algo falla en tu conciencia de la
realidad. Para algunos es un luto concreto pues han perdido a un ser querido.
Pero, hay también un luto, más difícil de aceptar, que debería venir de la
conciencia de la defunción de la matriz cultural que ha dominado en los últimos
siglos.
Es
duro aceptar la partida de un familiar, pero también debe ser frustrante
imaginarte que los ideales que te mueven, como el éxito, el confort, en
general, la cultura madre donde te has desenvuelto se desmorona, que trae mucho
daño consigo, y que por lo tanto debe ser sustituido. Estamos en
ese punto donde tienes que volver a empezar, como cuando terminas una relación
amorosa y tienes que resignarte a aceptar esa dura realidad para recuperarte.
Habrá que preguntar al gran Mario Vargas llosa, convertido en el febril vocero
de la decadente modernidad, si pasa por alguna crisis existencial.
Y
no es difícil comprender si comparamos esta situación con alguien que fue
víctima de violencia familiar, que recibe tantos golpes que con mucho dolor
debe aceptar que tiene que cerrar a la fuerza ese ciclo violento. Los problemas
ambientales, pero también el hambre, las guerras, las precariedades, las
ignorancias, las epidemias han puesto en cuenta regresiva el fin de la humanidad.
No se puede seguir viviendo bajo estas condiciones de asfixia estructural.
Tarde o temprano la "violencia de esa supremacía economicista” tenía que
alcanzar, no solo a los pueblos originarios de todos los rincones, sino que
también a la misma gente que se supone ha sido beneficiario de sus bondades
materiales. Todos reducidos a víctimas, todos somos indios, todos somos ahora
los “ninguneados” (E. Galeano) si no eres de la élite económica.
En general, nadie
puede identificarse con una sociedad que convierte al río Rímac en un lodazal,
por poner un ejemplo. Por cierto, ahora ha recuperado su hermoso color natural
producto de la cuarentena. No es un alivio sentirse parte de una sociedad que
convierte los ríos en completos muladares mineros, y todo para satisfacer,
entre otras razones, la demanda de collares y anillos y demás insólitas
banalidades. Quién se asume responsable como sociedad de haber convertido a los
ecosistemas fluviales y marinos en colosales caldos de basura. Cómo alguien puede
sentirse representado en la destrucción del equilibrio climático provocado por
los motores que nos transportan de un lugar a otro y dejan envenenados a los
ríos amazónicos y otras zonas extractivas. Ni qué hablar de la sociedad
corrupta que no se detiene en plena tragedia viral.
Qué más tiene que
pasar para darte cuenta que tenemos que migrar hacia otra
mentalidad y otras formas de relacionarnos entre las personas y con la
naturaleza, dejando atrás las viejas costumbres y prioridades forjadas por el
oscuro progreso.
¿Cómo
hacemos esto? ¿Será fácil? De ninguna manera. Es más difícil “llegar al sol que
al mañana que necesitamos” diría Maná. No hay superhéroes, ni varitas mágicas.
Pero hay una oportunidad que para algunos puede una valiosa segunda y última.
Y, no se trata del gran dinero ni de la tecnología más sofisticada, sino
fundamentalmente de empujar un cambio de mentalidad, a partir de recobrar la
conciencia de la realidad real o de la trágica
realidad.
Frente a la “muerte de la modernidad” como paradigma -parafraseando a
Nietzsche-, es hora de las cosmovisiones ancestrales y de la conciencia
ecológica. Ante la incertidumbre del naufragio, reviven en parte las
tradiciones que tuvieron vigencia en el pasado y que todavía se practica en
forma marginal en el Perú profundo y en algunas partes aisladas de todo el
mundo. Algo juega a nuestro favor. Lo más natural del ser humano es su desobramiento,
en palabras del filósofo italiano, Giorgio Agamben. Mal haríamos en aferrarnos
a un sistema de pensamiento aliegenizado, mejor dicho extraterricolizado por lo
destructivo que es con el ser que lo hospeda. Sólo un depredador estelar podría
ir alimentándose de la destrucción que genera en un planeta, para ir nuevamente
a hacer lo mismo en otro.
Cuántas veces la gran prensa ha tomado partido contra los pobladores del
Tambo, de Conga, del Pastaza, y de tantos otros lugares, como si fueran
miserables seres que se oponen al “bienestar de la mayoría”. Pues nada de eso,
las verdaderas amenazas son aquellos que son esclavos de su propio pensamiento
económico antiterrestre, que acabará con todo en un breve lapso. Todos debemos
desconectar el virus mental que controla nuestra forma de vivir. Quién puede
decir que no es parte de algún modo de este sistema. Recuperemos nuestra
auténtica humanidad y este lugar maravilloso que es el planeta tierra, la abya
yala, que habitamos, y que lo compartimos con otros seres vivos que,
curiosamente, algunos de ellos incursionan en las calles tras el silencio que
va dejando el aislamiento obligado.
La degeneración es parte de la vida, lo
vivimos con dolor hoy. Por esto mismo debemos estar en permanente cuidado y
recuperación. Algo sale mal siempre, entonces debemos rehacernos sin más.
No estamos atados a una sola forma de ser, mucho menos si es contraproducente.
No necesitamos un cambio específico ni siquiera un reseteo, necesitamos dar
vida a una nueva arquitectura social que nos dignifique.
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