Guerra avisada sí mata gente

A propósito del centenario de la denuncia de Benjamín Saldaña Roca a la empresa de Julio C. Arana por las torturas y muertes de miles de indígenas esclavizados en sus centros de acopio de caucho, me permito analizar algunos hechos presentes que -a mi juicio- repiten las actuaciones de aquellos inescrupulosos que atentaron contra la vida de aquellos hermanos nuestros.
La codicia empresarial mostrada por el cauchero que se sobrepuso a todo criterio moral de la época, y que acarreó tan nefastas consecuencias, se mantiene hoy en día, a veces de formas más sutiles – pero igual de denigrantes –, y en otras, con la misma prepotencia desvergonzada del pasado. Este es el caso de la extracción maderera, que se realiza a vista y paciencia de todos, rompiendo normas y leyes nacionales e internacionales y cuya comercialización beneficia a unos cuantos, pero afecta innegablemente a todos.
Décadas de explotación petrolera, que involucra al mismo Estado como también a los directos responsables de la extracción del petróleo (transnacionales), ha llevado a la contaminación de las zonas aledañas y los pueblos asentados en ellas. La existencia de recursos naturales para ser exportados en bruto es la constante empresarial que mantiene en vilo el futuro de la región. Así pasó con la zarzaparrilla, los quelonios, el casi exterminio de la “Vaca Marina”, el paiche, la caoba y tantos otros más. Fíjense que ahora hablamos de camu-camu, uña de gato, sacha inchi y una diversidad de plantas medicinales, cuyos usos son patentados en el extranjero y nos retornan procesados, envasados y con altos precios, lo cual genera ingentes ganancias económicas para sus promotores. Más que empresarios hemos tenido voraces aventureros que se fueron rápidamente en cuanto llegaron, llevando consigo incalculables rentas y dejando una selva devastada y desolada.
Las formas cómo se manejan los recursos naturales en la actualidad son tan iguales como hace cien años. Las gestiones gubernamentales nacionales y locales nada han hecho para detener el saqueo. ¿Qué tiene que suceder para que nuestros políticos locales enfrenten el problema?
Es obvio que el extractivismo no va más. No genera desarrollo. Arrasa con todo lo que encuentra a su paso, y trae consigo más pobreza y en el caso más abominablemente extremo genera genocidios, como el ocurrido en el Putumayo. Por ello, nuestro rechazo rotundo no solamente a los sucesos tan horrendos que rememoramos, sino a los presupuestos ideológicos y económicos que lo provocaron, que desgraciadamente se mantienen vigentes.
Se trata de no repetir la historia y para ello debemos tener la mirada crítica frente al pasado y reconocer sus yerros. Pero implica tener el coraje y la claridad para ser capaces de tomar las decisiones que por fin nos conduzcan por sendas distintas y constructivas. La experiencia nos dice que “Guerra avisada sí mata gente”. Por ello anhelamos que al finalizar este siglo no se celebre otros cien años más de horror y hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para cambiar el curso de la historia. Esta es la tarea que nuestros políticos deben asumir y los ciudadanos de a pie exigir: una elevada tarea que a nadie exime.