Los políticos están bajo el mandato de los ciudadanos y ciudadanas

Publicado en Kanatari 26 de agosto 2007
Fernando Savater, en su Política para Amador, hace una serie de planteamientos que nos ayudan a entender el papel de la política en la sociedad. Entre otros aportes llama poderosamente la atención su manera de concebir a los políticos como unos simples mandados – sin que esta valoración signifique restarle importancia al rol que desempeñan.
¿Qué reflexiones nos genera esta apreciación a la luz de las actuaciones que acostumbran a mostrar los políticos nacionales y locales? ¿Quién o quiénes son los que los mandan? Por un lado, confieso que me parece una muy sensata caracterización de quienes tienen la tarea de manejar los recursos que pertenecen a todos. Por otro, entiendo que los mandadores de los políticos son los ciudadanos votantes desde los más pintados hasta los de a pie. Es decir, éstos son en la práctica los que están por encima de ellos. Ciertamente, la tarea de administrar la seguridad y el bienestar común requiere de gente con cierta especialización en el asunto, pues no se puede improvisar con semejante responsabilidad. Al ser la sociedad tan compleja no todos pueden ocuparse de dichas tareas, por ello serán unos cuantos los que reciban ese poder para atender a aquellos asuntos de interés general. Es decir, no tienen poder en sí mismos, sino en cuanto fueron encomendados por la población para atender sus necesidades más generales, en cuyo marco deberán ser evaluados y exigidos. Por lo cual, ningún político debe creerse por encima de los individuos. No puede manejarse por capricho personal. Los recursos con que cuenta no están para servirse a sí mismos, ni a su partido ni a sus correligionarios, sino para atender las necesidades y exigencias de la colectividad. En otras palabras, no les debemos nada a los políticos, sino en cuanto son capaces de administrar adecuadamente los recursos de todos. Y contrariamente, se debe sancionar drásticamente, a aquellos que no cumplieron eficazmente al encargo, para que quede claro a todos que asumir la representatividad del colectivo no es una mera apuesta egocéntrica, sino un delicado compromiso social que exige resultados.
¡Qué lejos está esto de la realidad! ¡Cuánta responsabilidad tenemos los ciudadanos en este asunto! Recordemos cuántas autoridades, alcaldes y presidentes se reeligieron aún cuando tuvieron desastrosas gestiones. Paradójicamente, los cargos públicos son percibidos más o menos como un botín al cual hay que acceder para saquearlo vorazmente o como una agencia de empleo o salvavidas laboral para todo aquel que haya gritado vivamente en campaña. Por su parte, los partidos elegidos para gobernar se perciben todopoderosos e intocables, responden a intereses particulares y son impermeables a las acciones consensuadas y participativas. De esta manera guardan para sí el uso arbitrario de las finanzas y consecuentemente despojan las arcas públicas en desmedro de la población, especialmente la más necesitada. Pero los que sí mandan – para desgracia nuestra –, son los que financian las campañas y los grupos económicos que se atrincheran alrededor de las autoridades electas. Un simple votante como poderdante es algo que aún se muestra lejano en nuestra realidad, pero por supuesto no es algo inalcanzable.
Para combatir los excesos de los partidos políticos (los viejos y emergentes) y las distorsiones de un defectuoso sistema político que nos representa, Savater nos motiva a intervenir en la vida pública de la comunidad, a través de organizaciones sociales alternativas y paralelas a las del Estado, ya sea como “colectivos ciudadanos, asambleas de vecinos, agrupaciones laborales” y consecuentemente todas las que posibiliten mantener el carácter de finalidad a los sujetos que integran el Estado. Es momento de saberse por encima de aquellos a quienes encomendamos la administración del Estado, pues éste sólo tiene sentido en cuanto sirve al desarrollo integral de cada uno de sus miembros, al margen de donde se viva o proceda (en la carretera o en la ribera, o en el lugar más alejado de la región o en los grandes centros del poder económico y político).

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