Obligados a participar en los asuntos políticos

Una de las cualidades que la escuela debe desarrollar en sus estudiantes es su predisposición para seguir aprendiendo a lo largo de toda la vida, en razón de la momentánea vigencia de los conocimientos científicos y también para ser capaces de desaprender todo aquello que se convierte en obstáculo para llevar una vida plena. Aunque llevarlo a la práctica es más complicado que lo que parece, todos coincidimos que es una necesidad de primer orden. Pero donde no hay conveniencia es en el mundo de los adultos o mejor dicho en aquellos que ya fuimos formados bajo la influencia de paradigmas que concebían al conocimiento casi como un dogma, algo más o menos inamovible o que depende de la tradición más que de la realidad misma.
Si nos preguntáramos responsablemente cuánto de lo que pensamos o vemos cotidianamente es verdaderamente objetivo y coherente o cuán dependiente somos de nuestras limitaciones cognitivas y afectivas, quizás nos enfrentemos a respuestas desconcertantes.
La realidad social está tan instalada con todos sus componentes incluyendo las subjetividades de cada cual que el solo afán de querer transformarla más parece una ingenuidad. La corrupción en la gestión pública y privada está tan enraizada que para muchos ya no constituye preocupación alguna. De vez en cuando surgen voces críticas pero terminan ahogándose en medio de tanta condescendencia, indiferencia y permisividad.
Asistimos a un mundo diverso donde el caos social y económico sigue su inexorable curso hacia un cataclismo sin precedentes. A diferencia de lo que sucedía en otros tiempos los recursos de ahora son cada vez más escasos y a la vez irrecuperables. El calentamiento global amenaza la vida a escala planetaria. Por su parte las ciudades costeras más ricas empiezan a diseñar grandes cercos de contención que eviten el cada vez más posible desborde de las agua marinas. La población que sufrirá las consecuencias más radicales es la más vulnerable. La pobreza y desgracia van juntas.
En este contexto, participar en política es un auténtico deber moral. Dejarla en manos de simples megalómanos y toda la fauna que les rodea es una irresponsabilidad mayúscula que compromete principalmente a los que teniendo las condiciones técnicas y éticas se mantienen al margen. De los observadores de balcón se debe avanzar hacia una actitud comprometida y actuante con la res pública. Significa ir más allá de la responsabilidad laboral y para solucionar los problemas se necesita de capacidades para llevar a cabo los procesos de cambio.
Actitudes como las de los ciudadanos que creen como que ya lo tienen todo en la vida, que dicen que las cosas jamás cambiarán, que pierden antes de empezar la batalla o que ya se cansaron de luchar – reduciendo la acción a una cuestión etaria –, que asumen que no tienen nada que descubrir y por tanto ya no tienen nada más que aprender, definitivamente nada mejorará. Nada mejorará pero por su omisión y por su falta de compromiso consigo mismo y con la historia de la humanidad.
Quizás quienes deben de cambiar no son solamente los políticos sino principalmente esa enorme gente proba que no ha encontrado mejor lugar que lamentarse de la turbiedad y por lo mismo se mantiene alejada de la misma. No es extraño encontrarnos con personas enteramente respetables que se ufanan de no mezclarse con ellos, que evitan a toda costa involucrarse con ellos para mantenerse inmunes.
Se puede participar de muchas formas, pero principalmente de dos: una que consiste en buscar ser parte del gobierno para ser parte de la toma de decisiones en forma directa y, otra, involucrándose en la vigilancia social. Se debe mirar con una gigantesca lupa a la administración pública y tener el coraje de denunciar si es necesario. Es llevar la vigilancia social a su más extrema versión, pues suceden hechos en las instituciones del Estado increíblemente infames, pero más por la indiferencia de muchos que por la viveza de los perpetradores. Debemos ser parte de las decisiones desde dentro y fuera y no dar un paso al costado o escondernos en nuestras obligaciones cotidianas.

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