Una empresa esencialmente busca ganar dinero

Una cosa es facilitar que la gente gane dinero honestamente, otra es dejar en manos de las empresas el destino de un país. Levantar una empresa es una aventura que nace en el propósito de quien lo realiza de lograr un cierto desarrollo personal a través de las rentas que eventualmente pueda generar.
Somos testigos y además cautivos de la dinámica económica y financiera que domina el mundo en todos los ámbitos territoriales. De la lucha por garantizar las libertades básicas del ser humano hemos pasado a la dictadura de los intereses económicos que avasalla sin piedad todo aquello que implica un freno a su desmesurada dinámica por el control y el aseguramiento de sus intereses monetarios.
La regla fundamental que rige el avance económico del mundo se ha tornado perversa y es la principal causa de los atropellos más ignominiosos. Saqueos, esclavitudes y genocidios se han sucedido a lo largo y ancho del orbe, ni qué decir de la época del caucho en la Amazonía. Se basa en la acumulación y el crecimiento sin medida de sus bienes, utilizando incluso las formas más infames. El concepto de calidad total no surgió del seno comercial de occidente.
Las empresas no moverían un dedo si fuera posible ganar dinero por generación espontánea. En el hecho de ganar dinero radica su misión fundamental. Son las exigencias éticas de la sociedad las que ponen ciertos límites a sus ambiciones, pero en cuanto se debilitan las sobrepasan. De ahí que existan grupos empresariales que en sus países actúan bajo reglas que respetan y en países como el nuestro hacen de la suya aprovechándose de nuestros vacíos institucionales y una élite dirigencial incompetente.
Estamos ante un callejón sin salida. El petróleo y sus derivados, la industria motriz, el sector maderero, alimentos básicos como el trigo, la producción farmacéutica, tecnologías de la información, etc., mueven ingentes capitales, que para asegurar sus ganancias ponen sus reglas de juego ante países que requieren de sus productos y de la inserción monetaria que imprimen cuando se establecen en un país por primera vez. Las empresas extranjeras invierten millones de dólares para entrar al mercado nacional, pero después se lo llevan prácticamente todo.
Dependemos, insólitamente, de la dinámica de esos monstruos capitalistas que ante una probable debacle generaría un caos económico de consecuencias dramáticas, especialmente en los países más vulnerables. La globalización conectó a los mercados nacionales haciéndolos interdependientes, de tal manera que ahora es casi imposible mantenerse al margen. No se puede decir de la noche a la mañana cierro esta empresa o no pago esta deuda, pues inmediatamente nos caen los bancos, los acreedores de insumos, los trabajadores, etc.
Quizás exista una vía para salir de este entrampamiento global sin traumas ni vacilaciones, que se basa en el efecto que puedan generar un consumo inteligente para que los grandes conglomerados en forma paulatina y sin pausa transformen sus modos de producción, teniendo en cuenta la realidad social de los países y el impacto ambiental que producen sus asociados. Dinero es lo que menos les falta. Antes que los grupos de poder pongan las reglas de juego a los países deben ser los consumidores – conectados jurídica, ética y virtualmente – con o sin sus gobiernos. Debemos explotar la potencial influencia de los ciudadanos de a pie, de aquella clase de gente, que por las mismas razones por las cuales algunos aspiran a ser empresarios, buscan el bienestar en la realización artística, religiosa, profesional o de cualquier otra índole.

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