Reivindicación color tierra

De un tiempo a esta parte sucede algo curioso pero expresivo a la vez de ciertas creencias culturales cargadas de discriminación, ignorancia y velado racismo. Me refiero al modo cómo los conductores de motocicletas se protegen cuando transitan por las calles de Iquitos bajo los implacables y abrasadores rayos del sol. Es natural que nos protejamos de semejantes calores, especialmente las del medio día.
Se utilizan camisas mangas largas, finas toallas, bolsas de telas que cubren los brazos y todos los recursos que evitan que las manos, brazos y el rostro sean alcanzados por las ondas solares. A diferencia de otras ciudades donde el sol es estacional, aquí lo tenemos todo el tiempo, salvo los momentos de lluvias y aguaceros. En temporadas veraniegas costeñas, el marketing comercial arrecia con sus ofertas de accesorios que incluyen bloqueadores que tienen la finalidad principal de evitar que la exposición desmedida a los rayos solares traiga algún tipo de enfermedad a la piel.
En nuestro medio, esos temores son menos, pues de algún modo, nuestra epidermis está más entrenada a resistir estos embates naturales, aunque, con el calentamiento global y el aumento de la temperatura, nuestra capacidad de resistencia quizás empiece a ceder.
La razón principal por la cual las chicas y chicos se protegen es por evitar que se les oscurezca la piel al punto de ennegrecerse ostensiblemente. Es decir el gran temor que se manifiesta en toda esta expresión es la lucha por no ser moreno o morena, a pesar de vivir en una tierra donde la mayoría de la población tiene el color como el que tienen mayormente las hormigas. Ese maravilloso color oscuro selvático de todo tipo de tonalidad, que va desde los más macizos hasta los más tenues, pero morenos después de todo. ¡Viva la caprichosa diversidad que nos hizo diferentes y por lo mismo auténticos y especiales!
La minusvaloración de las personas por el color de la piel no es sino una expresión más de una serie de mitos que nacen en los albores de la penetración europea y fueron reforzados por los inmigrantes criollos y mestizos nacionales en las distintas olas migratorias hacia la selva. Los colonos invasores y todo su poderío militar y material, impusieron sus modos de vida, valores e instauraron sus propias reglas de juego institucional tanto en lo económico, político y cultural, autoproclamándose, en la práctica, como seres superiores dignos de veneración. Lo nativo pasó a ser un estigma, una maldición que tenía que pasar por un simbólico blanqueamiento asumiendo las nuevas costumbres y valores de una cultura que se imponía en forma brutal.
Tener piel canela parece recordarnos a esa triste encrucijada. Lo negro significa marginación, desprecio, humillación. En contraste, el pellejo blanco significa distinción, poder, belleza. Querer ser moreno en este contexto resulta suicida. Vaya castigo de los dioses. En la escuela, los más claros se mofan de los más oscuros. En otro contexto, aparentemente distinto pero igual en el fondo, un negro se hizo blanco.
Ser conscientes del trasfondo que subyace a nuestros pensamientos y actuaciones nos colma de indignación o de la sorpresa al develar los entuertos de la historia y cómo el hombre encuentra sentido y justificación a sus actos por más absurdos que sean.
Los morenos están en el fondo de la pirámide social, en la base de la exclusión. La democracia como igualación de todos frente a todos, es todavía una quimera, un sueño de muchos. En la actualidad es sinónimo de desigualdad, un instrumento para resguardar los privilegios de unos pocos. Es este sentido la verdadera democratización de la sociedad es una exigencia ética y tiene color tierra. Es afirmación del otro, pero principalmente del uno. Es avanzar en varios frentes de batalla. Es momento de dejar atrás los presupuestos de nuestras creencias, de reivindicar entre otras cosas también el color de las gentes de la montaña.

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