Los niños y niñas… aayy… sí que nos enseñan


Nadie puede resistirse al candor de las niñas y niños especialmente en sus primeros años de vida. Sus palabras y frases irrumpen prístinamente para describir, calificar y llamarnos la atención cuando descubren que algo no anda bien. Construyen sus frases de forma lógica: la niña le dice al hermano llorona. Enseguida corrigen maestramente los padres – no es mujer hijita es varón –. Y, como buena aprendiz la niña replica – Él es un llorono. La interpretación de la niña no es sino la aplicación de su precoz pensamiento lógico que, en el caso, se explica de esta manera: si a una niña se le dice llorona, entonces, a un varón hay que decirle llorono. El pensamiento lógico, al parecer se ha vuelto muy escaso en la actualidad, por lo visto tanto en el nivel escolar en las mediciones de logros de aprendizaje, como por la manera de pensar de mucha gente, incluyendo, claro está, a notables hombres públicos del país. La pregunta que nos hacemos es, entonces ¿cuándo el pensamiento lógico que lo desarrollamos desde edades muy tempranas se vuelve ilógico? En vez de fortalecerse se debilita y con ello disminuye nuestras posibilidades de comprender la realidad y, por consiguiente, de vivir y convivir en ella en forma adecuada.
Igualmente, la respuesta categórica de un niño de tres años nos deja absortos: en un paseo por las calles de la ciudad, en la víspera de fin de año, observábamos a los muñecos hechos de trapos y trastos elaborados por sus creadores para quemarlos como símbolo de fin de año, de nueva etapa y el acabose de la mala suerte. Muñeco por aquí y por allá que representan a todo individuo que el sentido común considera sujeto de burla y condena. Muchos políticos y personajes públicos son simbólicamente cremados. Cuando de repente divisamos a lo lejos a un impasible e inmóvil anciano sentado en la berma de su casa. Para probar hasta dónde llega el sentido de la realidad de un niño le dije: ¡mira un nuevo pilato! Entonces recibí la respuesta más inesperada que escuché hasta ahora: papi no confundas la realidad con la paja cocida. Hay veces que enfocamos los ojos hacia algo, pero no vemos con exactitud lo que físicamente perciben nuestros sentidos, mediados, talvez, por los significados y prejuicios que desarrollamos en sociedad, ajenos al razonamiento de un niño, que todavía no los ha asimilado. Muchos de estos significados tergiversan la realidad. Naturalmente, los seres humanos somos expertos en asignar nuevos significados a las cosas, que terminan sustituyendo verdaderamente a la propia realidad, como diría el dicho popular, todo depende del color de anteojos con que miramos. Para la cultura oficial difundida por los medios de comunicación una persona que tiene el pelo de color claro es rubio y por tanto sujeto de atenciones especiales. Serlo tiene sus ventajas pues se asocia a significaciones de belleza o signo de popularidad. Las y los rubios son vanamente apreciados, especialmente en aquellos lugares de donde proviene esta moda, y por extensión en el medio nacional e incluso en nuestros barrios. Las mujeres se dan sus gustitos cada vez que pueden para ponerse a tono, a la moda, de la misma forma que sus modelos artísticos referenciales. Los varones si podrían seguramente se aclararían el pelo. De hecho, algunos sí lo hacen. Pero para un niño de cuatro o cinco años, su compañero de pelo claro, tiene el pelo amarillo: ¡papá el niño de pelo amarillo…! Para él es un tipo de pelo algo extraño, pues la mayoría de sus pares lo tienen oscuro. Algo raro, pero nada especial, pues no le quita el sueño, pues todos son iguales para él. En el mundo adulto se pondera ciertos rasgos físicos más que otros, algo tan disparatado, pues las diferencias físicas son absolutamente circunstanciales.
El niño y niña están exentos de justificaciones y racionalizaciones tan comunes en la gente adulta. Siempre justificamos lo que sucede y por tanto todo sigue su curso sin cambio alguno. Cuando transitamos por las calles con los niños y niñas en nuestros vehículos nos muestran una vez más su objetividad: has pasado la luz roja, estás yendo muy rápido. Una vez más lo justificamos todo: era ámbar, no me dio tiempo, solamente esta vez, ups. Disculpa.
Felizmente, los niños y las niñas también nos dan amor, mucho amor. El abrazo de un niño es tierno y abrasador. Siempre sonríen. Actúan todo el tiempo. Perdonan. Sus miradas están limpias, están libres de los prejuicios tan ruines que generalmente inventamos. Verdaderamente los niños y niñas son a veces unos auténticos maestros.

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