Medio rural: ámbito de oportunidades


Publicado en Kanatari 25/11/2007

El que un docente calificado acepte de buena voluntad ocupar una plaza de trabajo en el medio rural, se ha vuelto más difí­cil que hacer pasar un elefante por el agujero de una aguja. Aquellos que ya laboran en él (dirí­amos irónicamente que tuvieron esa mala suerte), pugnan cada instante para salir de su autoexilio. ¿Cuán desafortunado es trabajar en el medio rural? Bueno, en las condiciones en que se vive allá­ no cabe duda que hay que tener bien puesto los pantalones o las faldas para aceptarlo consciente y decididamente. Es cierto que existen condiciones materiales que pesan a la hora de optar por dejar la ciudad e ir a vivir en él (carencia de agua potable, luz eléctrica, salud básica, educación continua, y otros avatares), serí­a injusto no reconocer que la vida en el campo también provoca grandes goces, producto de esa prodigiosa naturaleza de incalculable riqueza paisají­stica, forestal y fauní­stica. Aún así­, las carencias, para muchos, son más determinantes y con su comprensible rechazo, refuerza la condición de marginación de las comunidades rurales.

No obstante, hay una lectura que pasa desapercibida, a pesar de la enorme riqueza que implica. Me refiero al hecho de concebir el desarrollo de los pueblos a partir de sí­ mismos. Pues bien, algunos pensamos que es más factible que una comunidad rural se desarrolle a que lo logren los barrios marginales de las grandes ciudades. Este planteamiento, que a simple vista puede parecer tomado de los pelos, es racionalmente objetivo. ¿Cómo un lugar abatido por extremas carencias puede convertirse de la noche a la mañana en un centro de desarrollo humano y material? En virtud de la idea de que los extremos se tocan, podemos decir que entre lo bueno y lo malo existe sólo un mí­nimo trecho que los separa. Haciendo un paralelo podrí­amos sostener, por ejemplo, que no necesariamente tenemos que volver a revivir toda la historia que pasaron los europeos o asiáticos para llegar donde ellos están, lo cual es razonablemente imposible, sino que es posible conseguir logros en un camino más corto y quizás con mejores resultados.

No se trata de meras ilusiones ni ingenuidades, sino de ciencia, de técnica, de practicidad, de libertad, de creatividad, de afán de vivir la vida plenamente, de aprender de las mejores experiencias de los paí­ses que nos adelantaron en desarrollo. Y, no es que creamos que estas naciones ya lo tienen todo, que son tan excepcionales como para envidiar su forma de vida. De hecho, han logrado significativos avances. Pero, sabemos, también, todos los problemas que pasan las sociedades modernas por muy adelantadas que estén. Después de todo, el desarrollo material no siempre coincide con el desarrollo humano: véanse las guerras, el consumismo, el control de los recursos en manos de una minoría empresarial, las luchas por el poder polí­tico y económico, la destrucción del medio ambiente, etc. En contraste, en muchas comunidades rurales se respira paz, amistad, solidaridad, generosidad, humildad, desapegos de todo tipo. Lo cual no significa que podamos agregarle otros goces a nuestras vidas con el uso de los descubrimientos de la ciencia y la tecnologí­a y todos aquellos bienes y servicios que permiten satisfacer mejor nuestras necesidades.

¿Cómo lograrlo? Administrando mejor nuestros bienes, investigación y desarrollo, mejores maestros, dirigentes visionarios, locos que no teman ir al medio rural. Existen grandes plantaciones naturales de aguaje, capirona, camu-camu, lagos estratégicamente ubicados, que bien administrados pueden generar suficientes ingresos económicos como para satisfacer sin apremios necesidades de vivienda, salud, alimentación. No creo, que se requiera en una primera etapa de grandes inversiones. No tenemos por qué depender de ese gran capital que se especializa en la venta de materias primas, que es una actividad provisional que termina cuando se acaba su ciclo productivo, la clave está en manejar nuestros recursos satisfaciendo primero el mercado comunal, luego el distrital y si se puede, el provincial. Garantizada la supervivencia comunitaria y guardando su sostenibilidad, recién se podrá exportarlos, asegurando de esta forma altas ganancias económicas. En épocas pasadas, la población tení­a asegurada su supervivencia con buena alimentación y autosuficiencia nunca vista, tal como lo atestiguan las crónicas de los primeros exploradores europeos que llegaron a estos territorios. Lo que importa es no responder a la voracidad del sistema capitalista, sino a las necesidades de la población. Es decir, debemos instituir una economí­a al servicio de la población y no al revés. Los pueblos del medio rural, encierran pues, un enorme potencial susceptible de convertirse en el tiempo en grandes centros de desarrollo social, económico y cultural.

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