Refundando la Escuela

La Región, 22 de Abril de 2007
José Manuyama
¿Por qué no usar pantalones cortos, zapatos ligeros, polos, falda pantalón, etc. en un lugar donde el clima es extremadamente caluroso como el selvático? ¿En qué momento los espacios de concertación escolares abrirán paso a la asunción de nuevas prácticas y condiciones acorde con un mundo moderno, donde lo humano constituye el eje de la convivencia?
El aula de clase, el espacio donde interactúan gran parte de su vida alumnos y docentes, debe ser acogedor, donde cada uno esté cómodo, que invite al aprendizaje. Medios tan elementales como las sillas y mesas deben estar construidas de tal forma que garanticen el logro de un ambiente adecuado para el estudio y la convivencia. El “recreo”, la hora más esperada por los alumnos, necesita de espacios para caminar, conversar, jugar, relajarse, etc. Las instituciones educativas urbanas y de periferia no cuentan con los espacios suficientes para satisfacer estas necesidades: casi todos los espacios están ocupados por aulas y el único que queda libre es una cancha de cemento (tan dañino para los tobillos) sin árboles ni plantas, sin asientos donde descansar y compartir.
Las escuelas deben gozar de condiciones básicas que promuevan una convivencia sana, un dulce hogar de estudio y de desarrollo cultural; con escenarios que suplan las carencias de vivienda y esparcimiento que padecen la mayoría de sus estudiantes; que los provea indirectamente de nuevas referencias habitacionales Por lo visto, construir una escuela es más que poner cuatro paredes de cemento y proveerla de pizarras y sillas. Se ha invertido ingentes cantidades de dinero en instalaciones inhóspitas Para muestra basta ver los datos nacionales del 2003, sólo el 7 % de escuelas de la región contaba con agua y luz y el 14 % tenía desagüe. Compete a las autoridades elegidas tanto nacionales como regionales atender estas necesidades con verdadero criterio pedagógico ante el receloso cuidado de las comunidades escolares.
En el accionar de las personas subyacen acuerdos sociales implícitos – cuando sólo son tradiciones – o explícitos – cuando están normados-. Estos responden a momentos históricos culturales propios, que no son eternos e inmutables sino que por el contrario, van adecuándose a los procesos sociales en curso. Así, evolucionaron los códigos de derecho y seguirán haciéndolo.
Los sistemas educativos forman parte de las instituciones más renuentes al cambio. Muchas prácticas como la organización vertical del aula se mantienen aún vigentes incluso en circunstancias tales donde los procesos sociales se van renovando vertiginosamente. Otro ejemplo, es una tradición hacer formaciones al mismo estilo militar, a veces sin tener en cuenta las eventualidades del trópico (lluvia y sol), aunque actualmente ya no se ven las clásicas “formaciones” de antaño, ordenadas y dirigidas eficazmente por el encargado de turno: un grito de descanso o atención era uniformemente acatado por la multitud de estudiantes; el instructor tenía voz de mando. Esto es lo que extrañan quienes desatinadamente aspiran que vuelva la inefable instrucción premilitar (IPM). Estas formaciones todavía se practican aunque con una solapada resistencia estudiantil que con su indiferencia y renuencia muestra que estamos en otros tiempos. ¿Acaso, no será mejor escuchar sentados o en grupos las noticias más importantes del día o ver las actuaciones de los alumnos y alumnas? ¿No sería mejor involucrar a los estudiantes en estas actividades y no tenerlos sólo de escuchas mientras un docente realiza una tradicional disertación?
No se trata solamente de hacer ciegamente lo que siempre se hace, ni cambiar por cambiar, sino de ir renovando reflexivamente las prácticas escolares en función de los nuevos movimientos y demandas sociales, donde lo primordial no está en la forma sino en las convicciones que surgen de un auténtico proceso de valoración de los principios y derechos fundamentales de la persona.

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