AVATARES Y VIVENCIAS DE UNA VISITA

José Manuyama

Me correspondió hacer la cuarta visita de monitoreo a los directores que participaban en el Programa Nacional de Formación en Servicio 2006 del Ministerio de Educación del cual formé parte. En aquella ocasión empecé por la ruta más lejana e inaccesible: la Quebrada de Tamshiyacu. Intentaba llegar a Serafín Filomeno y Constancia, comunidades rurales del Distrito de Fernando Lores ubicadas aguas arribas. Para llegar a estos lugares y otros cercanos, en época de creciente, se puede tardar, en el vehículo más usado por los pobladores y docentes por su bajo costo (“el peque peque”), alrededor de cinco o seis horas; en vaciante, las horas de traslado se alargan o disminuyen dependiendo si hay lluvias en las cabeceras, que permiten el aumento de caudal de la quebrada, que en su punto más álgido llega a ser apenas un riachuelo, impidiendo el tránsito fluvial de los lugareños. En éstas circunstancias, no queda otra opción que caminar durante 10 o 13 horas para salir o entrar a paso de montaraz (raudamente) .
Tuve suerte, esta ocasión, pues aún siendo época de verano, había llovido el día anterior, lo que incrementó las aguas de la quebrada. De esta forma, la entrada fue posible, pero, la salida aún estaba por verse. Era una especie de viaje con pasaje de ida, pero sin fecha de retorno.
Por la ruta no hay botes que hagan “llevo llevo” de manera periódica, pero los pobladores sí van y vienen de acuerdo a necesidad, que puede ser por la venta de sus productos (agropecuarios o madereros, etc.). Por esta razón, había que hacer guardia en las balsas del puerto de Tamshiyacu, lugar donde acostumbran acoderar todo vehículo que pasa por estas inmediaciones. Los botes, que van por la quebrada, zarpan de madrugada o poco después del amanecer para poder llegar en horas de la tarde a su destino, por lo que había que dormir en la ciudad y acudir temprano al siguiente día, para meternos como por asalto en cualquier navegación cautiva. No hay suficiente como para escoger, lo mismo que te puede tocar un veloz peque de 16, el más veloz de estos motores, también puede ser el de menor capacidad; éste, con provisiones, se convierte en una lenta pero muy lenta barca; de cuanta paciencia se debe cargar uno para pasar la prueba.
En efecto, después de preguntar a los entendidos balseros, me avisaron que había una nave por salir a Riberalta. Este pueblo se ubica más arriba de las comunidades hacia donde iba. Presto, acudí en su búsqueda y pregunté si llegan hasta Serafín. Un comunero me responde y confirma el aviso. Solicito el trasbordo y me responden positivamente, que salía a las nueve de la mañana. Eran las 7 y 30 de la mañana del día jueves 10 de agosto del 2006.
Partimos a la hora indicada. Me asignaron gentilmente la proa del bote (parte triangular del extremo delantero de la nave), que apenas te permitía sentarse de costado. El bote, estaba extremadamente cargado de productos de primera necesidad, que los comuneros se abastecieron en la ciudad de Iquitos. Tenía techo sólo hasta la mitad del bote, ocupado por cinco familias entre padres y madres e hijos menores. Compartía la proa con el vigía, que apoyaba al motorista a evitar accidentes en la tortuosa e irregular quebrada. Pregunté a qué hora llegaríamos y me dijeron optimistamente por las 4 de la tarde. Creo que dibujé una sonrisa en mi mente. El bote, empezó a movilizarse y comprobé que algo no andaba correctamente. La velocidad máxima que alcanzó, movió con desgano al bote de aproximadamente 7 metros .
Después de largas horas de surcada, llegamos a las 6 y 30 de la noche a un puerto de una casa. La oscuridad de la noche nos envolvía, habiendo recorrido aproximadamente más de las dos terceras partes del camino.
No podía creer lo que estaba pasando, pues tenía el tiempo contado para monitorear. El bote no avanzó lo suficiente y la noche nos pilló a mitad del camino. Teníamos que pasar la noche en aquel puerto, pues era peligroso navegar en la oscuridad. Pensaba hacer la entrevista de rutina con la directora de la escuelita secundaria de Constancia en la tarde hasta la noche, y luego pasar al siguiente día a Serafín, que está a 45 minutos de caminata.
La casa donde llegamos era pequeña y no había espacio suficiente para albergar a todos los visitantes. Nos atendió un señor de cara amable y pequeño de estatura. Le pregunté si se podía llegar por tierra a Constancia. Me dijo que sí, que se podía hacerlo en 40 minutos. Una sensación de alegría recorrió mi cuerpo. Debía buscar un guía, y no había para escoger; no tenía otra oportunidad que convencer al compadre para esta tarea.
Tras un acuerdo previo, pude salvar mi ruta, aunque más tarde de lo esperado. Partí a las 7 de la noche con Haroldo Gómez con dirección a Constancia. La primera parte del sendero estaba húmedo y hacía que las sandalias de tiras que yo llevaba puesto resbalen. Tenía una mochila de viajero; el pantalón que llevaba era corto con bolsillos a los costados.
Llevaba horas sin comer ni beber nada, pero habrá sido más por el susto y las ganas de llegar a la meta, que me hacía actuar con tenacidad y premura.
Sentí la caminata más larga de lo que debía. Parecía que los 40 minutos se convertían en horas. En la penumbra de la noche, subimos y bajamos sin cesar. Surcos hechos por los pies de los caminantes, vías que son recorridas por cientos de alumnos para llegar a su centro educativo, tras largas horas de caminata. Pasamos una decena de puentes pasadizos, hechos de palo duro de monte atravesado sobre caños, riachuelos y quebradas, cuyo tránsito, implicaba el dominio de ciertas habilidades de equilibrista para pasar sin descanso y sin pausa. Ante el avanzar de la noche no había que perder el paso.
Pasamos en la oscuridad de la noche por la comunidad de Monte Sinaí. Sombras de algunas casas con lamparines prendidos nos celebraron el paso. Sentí tranquilidad al saber una vez más que no estábamos solos. Un trecho del camino era de cemento, esos que se construyeron hace unos años por la mayoría de pueblos ribereños. En el camino, tuve que hacer de buen conversador para sentirme más acompañado.
Alrededor de las 8 de la noche cruzábamos las callecitas de cemento de la comunidad de Constancia en búsqueda de la casa de la directora, la profesora Hortencia. La travesía había llegado a su fin sin percances. Mi corazón retornó a su sitio.
Ya en el poblado, después de los saludos y preguntas de rigor, por la generosidad de los docentes me asignaron una casa para pasar la noche; también me dieron unos panes y una taza de delicioso mingado de arroz. En realidad era el almuerzo y la cena del día. A esa hora, sin luz eléctrica, ya todos los comuneros estaban en los mosquiteros entrando en profundo sueño. Después de haber conversado brevemente con la directora y algunos docentes, me despedí para ir a descansar.
Mientras pasaba todo esto, una hermosa luna llena se elevaba esplendorosamente en la apacible noche de Constancia; un cielo nítido adornado con innumerables estrellas. Aproveché para conectarme con todo lo bello del mundo. Lo ausencia de un bien tan importante como la electricidad, paradójicamente, favorece el disfrute de la naturaleza nocturna en toda su magnitud. No tenía sueño; el recuero de haber pasado por tantas situaciones inesperadas me impedía conciliar el sueño.
A la mañana siguiente, tras el disfrute de un rico pango de huangana que degusté junto a uno de los alumnos que la escuela alimenta en una suerte de internado, asistimos a la acostumbrada reunión de escolar de fin de semana. La escuela en pleno, el nivel primario y secundario, como un solo puño, cantaron himnos patrios. La directora felicitó la buena actuación de los muchachos en reciente competencia deportiva del distrito.
Pese a la distancia y poco alumnado, quizás lo suficiente, la escuela funcionaba como de costumbre. Conversé amenamente con la atenta directora mi participante del programa; verificamos el nivel de lectura de los alumnos. Se observó una buena disposición de todos los docentes para con el trabajo de aula en cada grado y nivel.
A las 10 de la mañana continué mi camino, con dos jóvenes guías. Hice quizás el mismo camino de la noche anterior, pero esta vez en el día. Camino fácil de identificar, pero sinuoso. Para los dos adolescentes, acostumbrados a caminatas de varias horas, esto parecía un paseo; en cambio para mí ya pasado el susto de la noche, fue muy agotador: la mochila, la ropa y las ojotas, pesaban mucho.
Jadeante y sudoroso llegábamos al final del recorrido: la comunidad de Serafín Filomeno en la que debía monitorear al director de la Institución Educativa 60167 Carlos Payahua.
La escuela estaba en la hora del descanso y fácil fue encontrarnos con el director. Agradecí encarecidamente a mis jóvenes guías y nos despedimos. Luego me entrevisté con Carlos. Nuevamente la generosidad - cualidad experimentada en todas las visitas realizadas - se hizo notar; nos brindaron todas las atenciones posibles: alimentación, amistad, cobijo, etc. En general, los comuneros son amistosos, solidarios, laboriosos y muestran gran sencillez.
La escuela de Serafín también funcionaba como la de la anterior comunidad. Un grupo de alumnos fue a la chacra de la escuela en la hora de educación para el trabajo, mientras otros estuvieron en sus aulas. Entre tanto, el cielo se oscurecía amenazando con llover. Era una buena señal, pues con la lluvia la quebrada aumentaría su caudal y arrastraría todo lo que encuentre a su paso, incluyendo los botes de los pobladores que esperan este momento con gran ansiedad para sacar sus productos. Mi retorno estaba asegurado para el día siguiente. Hacia el mediodía había culminado el monitoreo de rutina con Carlos Payahua, un director con espíritu joven que siempre ha mostrado las ganas de mejorar su trabajo y el bienestar de su pueblo.
Nos llamó siempre la atención que en ambas comunidades, no hay zancudos, ni mosquitos, ni nada parecido; diríamos que son lugares providenciales de la naturaleza amazónica.
A las 3 de la tarde, cayó una torrencial lluvia, la cual aprovechamos con gran sentido de la oportunidad para bañarnos en ducha natural, después de más 24 horas sin poder hacerlo. En realidad, toda la visita fue una enriquecedora experiencia, llena de felices acontecimientos.
A las 3 de la tarde, nos reunimos con toda la plana docente para conversar y compartir experiencias.
Los docentes de ambas instituciones educativas, a pesar de la lejanía y aislamiento estaban trabajando con regularidad y entrega, constituyendo animosas instituciones en la lejanía del distrito de Fernando Lores.
Estas experiencias nos actualizan en la idea de seguir exigiendo condiciones favorables y estímulos para los docentes del medio rural. No se puede tratar a todos los maestros con la misma vara. Es necesario que todos los tomadores de decisiones, tengan en cuenta la compleja y difícil situación del medio; se merecen una gratificación sustantiva o cualquier otra forma de compensación, que sustente y haga posible un trabajo pedagógico de calidad.

Comentarios

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    Yo llegué a este mundo sin previo aviso, como dice por allí un sabio, fui arrojado a la vida. Como muchos otros seres humanos, nací en un contexto sociogeográfico concreto, y en un mundo concreto aunque complejo. No elegí nacer pobre, como tampoco he elegido no conocer a mi padre biológico, como tampoco he elegido nacer de un color concreto, ni he elegido ser gay o hetero, ni muchas cosas más... Lo único que puedo presumir de haber elegido es mi actuación en el mundo. Aun asumiendo todas las normas logísticas, sociales y familiares que nos impiden llevar a la praxis total nuestras tendencias hacia el libre hacer, puede aceptar que algunos de mis actos han sido fruto de una elección personal. Y yo me pregunto, si soy preso de una serie de normas de conducta, de una serie de rasgos por nacimiento que actuan sobre mí y me determinan a ser de una determinada manera, ¿por qué debo ser rechazado por una mayoría que nacieron con otra serie de determinaciones filogenéticas y genéticas? Por qué alguien puede creer con el derecho de empequeñecer aún más la cárcel en la que el hombre vive? ¿ Por qué negarle a un ser humano de tu misma especie, y por consiguiente, con una misma trayectoria filogenética el deseo inalienable de ser libre en los pocos aspectos de la vida en que los son la mayoría? Por qué negarle al negro o al chino lo que tú tienes? Por qué negarle a unos derechos de que disfrutamos? Por tanta injusticia en el mundo, y en la sociedades? Quién eres tú, energúmeno para creerte superior a nadie? No te engañes, soy del pescado que comes hoy la espina que te atragantará si no me dejas vivir. Provienes y tienes más relación de la crees con la gente que desprecias. Si no estás de acuerdo con esto, viaja por el mundo y vive situaciones donde no formes parte de la mayoría, a ver qué tal lo sientes.

    Lanzo desde aquí un GRITO A FAVOR DE LA LIBERTAD Y LA NO DISCRIMINACIÓN DE NINGÚN TIPO EN ESPAÑA Y EN NINGÚN LUGAR.

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