UN POCO DE AUDACIA EN LA GESTIÓN DE LAS I.E.

José Manuyama

En las circunstancias adversas en que se desenvuelve la sociedad peruana, las instituciones escolares deben ser manejadas con finas destrezas, paliando la crisis educativa que, por cierto, se origina en una más generalizada, que se visibiliza a cada instante en todos los entornos sociales (Poder Judicial, Ejecutivo, Congreso, medios de comunicación, hospitales, Policía Nacional, sector privado, etc.). En este contexto existen responsabilidades que cada actor educativo (funcionarios, docentes, administrativos, directivos, familia etc.) debe asumir en el ámbito que le corresponde. Por supuesto, los docentes tienen su propio espacio donde intervenir y en el cual pueden sortear, hasta el límite de lo imposible, los múltiples avatares que surgen en el cumplimiento de su labor educativa. Justamente, la gestión educativa posibilita esta tarea. Es un ámbito – aunque poco explorado y explotado por los directivos de las escuelas – que tiene mucho que ver con la solución de los problemas de la calidad educativa: permite descubrir las vías sobre las cuales la escuela puede reinstituirse, superándose a sí misma y a su entorno agobiante.
En principio, creemos que las personas pueden erigirse por encima de las circunstancias e incluso de normas sociales ya establecidas. Los entornos ayudan y son determinantes para moldear la actuación de los individuos, pero igualmente son flexibles a la actuación creativa y constructiva de éstos. Es decir, por un lado podemos dejarnos llevar por la corriente común o, por otro, nadar en contra. En ambos casos podemos ser muy eficaces, solo que si nos ubicamos en la primera opción, nunca se sabrá si se pudo hacer algo en la realidad, en cambio en la segunda, sí se puede gestar un sendero por el cual se posibilite la refundación de un nuevo orden en las relaciones humanas (más justicia, solidaridad, bienestar para todos).
Una escuela puede funcionar sin rumbo conocido (como se hace mayoritariamente), o contrariamente, con un propósito claramente definido. Dentro de lo posible, la escuela puede configurarse como un auténtico ente de formación de alto nivel, al margen de la situación en que se encuentre. Dos pautas ayudan a convertir a los centros educativos en organizaciones de calidad: en primer lugar, la capacidad de la comunidad educativa de asumir ciertos riesgos y en segundo, la optimización de los recursos del colegio.
Una manera de reconocer la capacidad de riesgo de una institución educativa es identificar qué iniciativas desarrolló en cierto período de tiempo. Por ello, habrá que preguntar a los responsables de las instituciones educativas qué nuevas experiencias realizaron sus instituciones en el 2006. Probablemente, haya pocas cosas que observar, sin embargo, aquellas que sí las tienen, seguramente, ya gozan de una buena valoración de la colectividad.
Los equipos directivos están llamados a convencer y convencerse de que es necesario asumir actitudes más audaces si se quiere trabajar de una forma que impacte en los aprendizajes de los alumnos y alumnas: implementar nuevos cursos, nuevas estrategias, nuevas formas de organización, formación de equipos docentes, comisiones de calidad, proyectos, paseos, convenios, concursos, talleres, hay miles de formas por probar, de ubicar el hilo de la madeja de la calidad. Deben atreverse a explotar cada idea creativa que se proponga. No más conductas temerosas, displicentes, des - almadas que ahogan cualquier esfuerzo innovador que intenta florecer. Muchas entidades educativas son como cementerios de las ideas creativas que no prosperaron. Para cambiar esto se necesita del concurso de docentes y directivos líderes, que involucren a todos los actores educativos en una dinámica diferente y productiva.
El otro aspecto mencionado es la gestión de los recursos materiales y humanos realizada de manera práctica y ahorrativa, en relación a las potencialidades y puntos fuertes de la organización y las oportunidades que brinda el entorno. Corresponde utilizar óptimamente los pocos recursos existentes en el aspecto medular del trabajo escolar, es decir, el proceso de aprendizaje. Todo debe organizarse en función a los espacios y las actividades donde aprenden los niños, niñas y adolescentes.
En este sentido, el y la docente debe dar un vuelco a su manera de asumir la labor pedagógica: generalmente, pesa más saber que nos faltan muchos materiales que no se aprovecha adecuadamente lo que se tiene. Es decir si utilizamos con creatividad y efectividad un texto, la pizarra, los mapas, el taller de danza, el patio, etc., la realidad educativa será otra. Saquémosle el jugo a los medios con que contamos, dando vida a una suerte de economía pedagógica.
Una gestión que reúna estas condiciones obtendrá, a ciencia cierta, resultados educativos más auspiciosos en un plazo no muy largo.

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