Más allá del pánico
Por José Manuyama
Los gobiernos mienten, parecen
preocupados hoy por el virus, les preocupa desaparecer a éste, pero no dicen
nada de la catástrofe ambiental global en curso. Cómo si todo estuviera
funcionando a la perfección hasta que apareció el germen aguafiestas. Por ello,
derrotado el patógeno todo debería continuar igual, es decir trabajar para el
crecimiento económico, aunque éste tenga que arrasarlo todo hasta el extremo de
extinguir la vida entera.
A la fuerza el coronavirus nos
plantea cuestiones tan básicas para la vida que hoy no cuentan para nada: la
importancia de cultivar relaciones armoniosas, la protección a nuestros seres
queridos y especialmente a los más vulnerables. La salud no tiene precio. El
comercio es bueno en cuanto complementa la satisfacción de las necesidades
humanas pero no puede regir todo resquicio social y biológico, pues el efecto
es devastador. Las evidencias sobran.
La vida debe recuperar su sentido
de gratuidad natural como lo fue siempre. El agua, el aire, los bienes del
bosque, el sol no son de nadie. Están ahí para ser aprovechados según las
necesidades humanas.
Si después de todo no
reaccionamos, todo volverá a la normalidad fúnebre vestida de fiesta y
soportada con grandes dosis de algarabía psicotrópica.
Que más tiene que pasar para
darnos cuenta que esa idea inoculada de la búsqueda del “gran dorado del Oro”
ha caducado como búsqueda de bienestar. El primer mundo fue una ilusión. Fue
tan corta. Tan absurda. Tan contradictoria como salvaje. Nada que ver con la
búsqueda al interior de la Amazonía de la “Tierra sin Mal” de los ancestros
tupí guaraní, el “tuyuka Ipitsatsu”.
Pese a siglos de racismo y
desplazamiento, pese a que la cultura se ha movido, las sabidurías originarias
resisten, y encierran grandes tesoros espirituales, el mapa de la sensatez, de
la sencillez y la cordura. No puede haber jerarquías entre humanos. Todos somos
iguales. Lo tenemos en la vena cultural, lo que el racionalismo griego imaginó
para los suyos aunque no para sus esclavos. La modernidad occidental se erigió
sobre el desprecio de las demás culturas del orbe.
Por ello debemos ir más allá, dar
vida a la nueva era post civilizatoria, la de la verdadera interculturalidad,
la de la relación armoniosa con la naturaleza, la de la era de la fraternidad
universal.
Tiene que ser posible aunque no sea
fácil. Las utopías religiosas y las ideológicas lo han esbozado. Quizás ver las
cosas desde la periferia amazónica nos pone más cerca de ese límite del
abandono de la matriz predominante. Múltiples renacimientos deben irrumpirse de
este caos en todas partes.
Después de todo, que ese diminuto ser que no
tuvo otro camino que treparnos para sobrevivir acabándonos, nos impulse para
encontrar la lucidez que a todos ponga de nuevo en la tarea de la reedificación
de nuestros paraísos. Por suerte para nosotros nuestra tierra prometida siempre
estuvo aquí.
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