La escuela que iguala

Un principio comúnmente aceptado es que ante la Ley todos somos iguales, al margen de las condiciones sociales, económicas y culturales de cada quien. No importa si una persona es pudiente o pobre, procede de un pueblo ribereño o urbano, sea mujer o varón, alfabeto o analfabeto, el hecho es que ante la ley todos tenemos las mismas prerrogativas, más allá de que en la práctica aquello no funcione realmente. Pero, por lo menos tal entendimiento es como un cheque por cobrar, cobrable, que más temprano que tarde debe hacerse efectivo en forma total.

Igualmente, se podría considerar como medio igualador de las personas al logro de la competencia que te habilita acceder al conocimiento codificado existente ya sea en formato científico, literario o artístico. Dicho de otro modo, la capacidad de conducirse en los laberintos del saber letrado con cierta destreza. En tanto que una persona no tenga problemas para entender el lenguaje escrito, y, a la vez, puede hacer uso de ella, hay más seguridad de que, al margen de ciertas determinaciones humanas, podrá relacionarse de igual a igual con cualquier individuo del orbe, y no solo del ámbito nacional. El conocimiento es universal y su interpretación no depende de arbitrariedades personales sino de la lógica de la razón y la objetividad. Una operación aritmética arroja el mismo resultado en cualquier lugar del planeta, no importa que suceda en la china o en Holanda, o en cualquier otro país. Equivalentemente, el goce estético no tiene frontera, al igual que el literario.
Es por ello que creemos que la tarea principal de la escuela es garantizar que un o una estudiante al término de sus estudios básicos esté habilitado para entrar al mundo del conocimiento, de modo que pueda extraer las respuestas a los problemas que la realidad le planteará, sean éstos laborales, académicos o culturales.
Hay saberes que se pueden aprehender en distintos ámbitos y no sólo en la institución escolar. Por ejemplo, la dimensión valorativa y actitudinal de las personas se gesta en plena interacción en la comunidad y el entorno. La escuela por sí sola no puede garantizar que una persona sea virtuosa. Es más, una persona puede desarrollar una extraordinaria nobleza fuera de la influencia del centro educativo. Pero, quiérase o no, los escolares, especialmente, los que proceden de ámbitos sociales deprimidos, sólo en la escuela podrán llegar a dominar la competencia lectora, pues su entorno familiar y social no tiene cómo hacerlo, por obvias razones.
Y, aquí hablamos de una aptitud lectora que exige más que saber silabear las palabras. O, que va más allá de interpretar mensajes simples como los que se leen en algunos periódicos populares. Inclusive, que supera la lectura superficial y fragmentada de las separatas, utilizada ampliamente en muchas universidades nacionales y privadas, lo cual afecta la calidad de los profesionales que egresan de sus aulas. En realidad, nos referimos a la capacidad de poder manejar información especializada, compleja y vasta, que requiere de un riguroso entrenamiento lector.
Acceder a un conocimiento respetable de cualquier materia requiere de una gran disciplina decodificadora e investigativa. Actualmente, solo unas cuantas personas logran ese nivel de dominio. Un estudiante universitario debería moverse tranquilamente en decenas de textos para realizar el trabajo más simple. Dicho sea de paso, recuerdo a un solo maestro universitario que exigía realizar lecturas completas de algunos libros.
Por todo ello, la escuela tiene que constituirse como esencialmente desarrolladora de la lectura, de la producción escrita, y de la habilidad para poder comunicar fluidamente las opiniones, lo que se puede definir, en general, como competencia comunicativa.
Ubicar esta macro habilidad como centro de la actividad escolar modifica los roles y las funciones que deben realizar docentes, y las autoridades de todos los niveles de gobierno. Según las instancias respectivas, las tareas deben circunscribirse a alimentar de los recursos necesarios: por un lado, textos de todo tipo, acceso a Internet y capacitación pertinente a los maestros, y por otro lado, la exigencia de mayor pericia a la hora de ejecutar las estrategias de aprendizaje en el aula. La escuela debe ser atendida de tal forma que pueda eliminar todo rasgo de brecha socioeconómica existente en sus beneficiarios.
Es posible organizar la institución educativa en torno a la lectura, escritura y la expresión oral como capacidades transversales y centrales del quehacer escolar. Actualmente, todas las instituciones educativas del nivel secundario que resguardaron los textos escolares dados por el Ministerio de Educación, desobedeciendo una directiva nacional, ahora pueden trabajar con estudiantes que tienen donde leer, por lo menos, en un nivel básico. En realidad, se puede hacer un enorme esfuerzo para dotar, de veras, las escuelas de las condiciones materiales que ayuden a concretar una cultura escolar de la información.
Adicionalmente, la institución educativa puede establecer la lectura obligatoria de una serie de títulos en todas las áreas y grados. De esta forma, tendríamos estudiantes en las escuelas públicas con un amplio recorrido lector, y habituado a interactuar con una diversidad de textos. Cualquier egresado de la educación básica regular puede fácilmente haber leído alrededor de cien textos como mínimo, lo que significa participar de antemano de un extraordinario universo cultural, que será fundamental para, luego, orientarse con solvencia en las siguientes etapas de la vida.
Es cierto que una persona no se forma automáticamente por la información que posee. Podemos reconocer a muchos a los que se podría considerar individuos instruidos que, literalmente, han hundido al país. Pero, es evidente que una persona informada, habilitada para aprender en forma permanente, pueda resolver sus problemas con un mejor conocimiento de causa, a la par de ser sujeto de desarrollo económico. En este sentido, la comprensión lectora es nada más y nada menos que la caña de pescar, y no el pescado, como se diría utilizando los términos de aquel antiguo precepto.
Desde luego, es posible conseguir logros respetables en el aspecto comunicativo en las instituciones educativas públicas. Sólo se necesita el apoyo concreto de las autoridades, especialmente en la dotación de textos literarios y científicos. El Estado debe compensar, a través de la institución educativa, las desigualdades socioeconómicas que restan las condiciones de educabilidad de la población. Hay recursos económicos disponibles. Las autoridades han mostrado innumerables veces que cuando quieren sacar adelante un proyecto lo hacen, incluso transgrediendo las buenas costumbres. Por tal razón, la sociedad civil debe exigir con más fuerza la reorientación del gasto fiscal: inversión en los centros escolares, principalmente, en el fortalecimiento de las capacidades docentes y en la dotación de materiales de trabajo para la lectura.
La escuela no puede hacerlo todo. Pero, centrándose en torno a las competencias comunicativas, contribuirá enormemente a la tarea de generar condiciones humanas que igualen a las personas en lo que se refiere a oportunidades educativas que, a la postre, serán fundamentales para generar bienestar en la población.

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