El aberrante lastre de la corrupción

Un medio periodístico dio a conocer un audio en el que un supuesto empresario relataba cómo el congresista Carlos Torres Caro sacaba provecho de su cercanía con el gobierno, al cobrar sustanciosas sumas de dinero para conseguirle ciertas prebendas. Este lamentable hecho devela en forma patética algo largamente sospechado por la mayoría de la población: que muchos congresistas responden a intereses particulares y reciben pagos de diverso tipo por sus favores legislativos. Sin embargo, esta terrible situación constituye una expresión más de un problema social que va más allá del congreso. Estamos tratando del aberrante lastre de la corrupción enquistada en todos los ámbitos de la sociedad peruana.
No existe espacio de la administración pública que no esté jaqueado por prácticas abusadoras, chantajistas y vejatorias. Acontecen en los hospitales, instituciones educativas, juzgados, cuerpos armados, etc., en diversas formas y modalidades. Cualquier situación que ofrece sacar ventaja es aprovechada sin contemplaciones.
Las consecuencias de la corrupción son deleznables desde todo punto de vista. Lo más nefasto que le puede pasar a un país es la institucionalización de la corrupción que pondera la “viveza”, antes que la honestidad y la transparencia. En algunos casos es causa de grandes desgracias humanas como las que padeció China tras el terremoto del 12 de mayo. Más de diez mil estudiantes perecieron al colapsar las estructuras principales de instalaciones construidas recientemente. La tragedia no fue por causa del terremoto sino porque no se utilizaron los materiales adecuados ni en cantidades suficientes.
Por increíble que parezca, cierta población mira con ojos benevolentes a personajes que fácilmente dejan traslucir sus insanos propósitos. Ex presidentes de gobierno, ex ministros, ex alcaldes, ex funcionarios públicos ostentan propiedades y riquezas. Será por esto que la política nacional atraiga a tanto espécimen hambriento de poder y dinero. Hay detrás un asunto de tipo emocional pero principalmente económico. Se trata del manejo inmoral que realizan estos políticos de las necesidades de una población carente de trabajo.
Con la corrupción se desvían ingentes cantidades de dinero público que bien pueden destinarse a cubrir las necesidades y demandas de la población, tales como agua y desagüe para todos, hospitales adecuados y condiciones habitacionales dignas.
Afortunadamente la realidad social es un invento humano y como tal es posible desinventarla. Esto no significa empezar de la nada, sino debemos mirar lo bueno que existe en la sociedad y levantar a los servidores públicos y privados correctos y exponerlos como ejemplos dignos de imitar. Éstos tienen que lidiar con toda la fauna utilitarista que tarde o temprano los expectora de las instituciones por escrupulosos. Los hombres honrados de las instituciones públicas son las evidencias de que no todo es turbio y mantiene viva la esperanza de contar luego con organismos públicos saneados, eficientes y transparentes.
Por otro lado, el papel de la sociedad civil como una fuerza vigilante es fundamental e igualmente los medios de comunicación y la escuela. Podemos empezar inaugurando una movilización ciudadana de tolerancia cero y veto a todo aquel que no haya hecho de la transparencia una regla fundamental de su actuación en la gestión pública.

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