Selva encantadora


Publicado en Kanatari 09/12/07


Si el hombre dedicara todos sus esfuerzos únicamente a la satisfacción de necesidades fisiológicas, seríamos una especie más del reino animal como cualquier otra, al mismo nivel de cualquier otorongo, añuje, cerdo o maquisapa. Si bien es cierto que nuestro bienestar se basa primero en atender nuestras necesidades de alimentación, la inquietud humana va más allá. Buscamos seguridad y protección, pertenencia a un grupo, afecto, prestigio social, curiosidad, trascendencia y goce estético. La satisfacción de necesidades tiene diversas formas de materializarse y cada persona tiene una manera particular de vivenciarlo. Todas requieren de atención, aunque algunas se relacionen estrictamente con nuestra supervivencia. Quizás por ello, mucha gente tan abocada como está a solucionar principalmente el problema de la alimentación, no puede satisfacer otras necesidades también importantes para la realización de la persona humana.

Nos interesa resaltar, específicamente, la vivencia estética de la vida en el goce de cada metro cuadrado de extraordinario y exuberante bosque que nos brinda la naturaleza amazónica.

Nuestras formas de disfrute son escasas, la mayoría de ellas se reducen al consumo desenfrenado de bebidas gaseosas y alcohólicas, comidas y todo tipo de pomposos artículos. Es decir, estamos tan acostumbrados a formas de disfrute relacionadas con el consumismo que dejamos pasar vivencias quizás más intensas como las que puede brindar la admiración y contemplación del paisaje natural y cultural, algo que es tan evidente para aquellos visitantes que tienen la oportunidad de conocer nuestra selva por primera vez. No todos los habitantes del planeta pueden gozar de un límpido y celeste cielo como el que nos envuelve en aquellos particulares días de esplendoroso sol y copiosas nubes blancas. Igualmente, esas noches de fondos oscuros pero impregnados de millares de estrellas de diversos colores que configuran una increíble pero gratificante vista, un azaroso regalo cósmico, que vemos de vez en cuando y en algunos lugares del interior más que en otros. Lo mismo podemos decir, de aquellas noches de hermosas lunas – desde la más cóncava hasta la redonda y plena – que causa asombro e inspiración a cualquiera que se rinde ante semejante imagen. ¡Felices los que tienen la oportunidad de conocer diversos lugares del orbe!

Vayamos por donde vayamos, la selva nos encuentra con innumerables sorpresas de todo tipo y tamaños, expresiones que provienen de la combinación de animales, plantas, árboles y cultura humana.

Por ejemplo, en el camino que une San Antonio – un poblado ubicado a orillas del río Itaya – con el kilómetro 32 de la carretera Iquitos-Nauta, encontramos caprichosas formas de vida que nos embelesan a cada paso que damos en su extenso recorrido. Alrededor de ocho árboles de aproximadamente 10 metros de altura hacen de guías silenciosos para los caminantes. Unos con pocas hojas, otros sin ramas y uno que tiene forma de “y” griega, pero eso sí todos son esbeltos, desafiantes e imponentes. Una carretera que tiene ocho kilómetros de distancia y cuyos transeúntes tienen que caminar de una a dos horas, pues no hay tráfico de vehículos motorizados, salvo los días de fuerte sol. Caminarlo con sol o con lluvia es una aventura, por lo caluroso y resbaladizo en que se pone según sea el caso. De la comunidad se divisa un cautivante e irregular río que te invita abiertamente a la contemplación o al recogimiento o a zambullirte por completo en sus aguas cuando el sol más arrecia. La felicidad no se restringe solo a lo material, sino también a saber vivir las cosas espirituales, siendo nuestra naturaleza amazónica una proveedora pródiga y generosa.

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