Nuevo año escolar: lo mismo de siempre o la oportunidad de educar con sentido


José Manuyama

¿Cuántas personas de los casi medio millón de habitantes de la ciudad de Iquitos salen a las calles cuando miles de barriles de petróleo destruyen todo una vasta zona del país? A una escala mayor ¿Cuántas personas se movilizan en el mundo por el calentamiento global y sus efectos de los más de 7 mil millones que pueblan este planeta? La respuesta tanto en una como en otra pregunta es que son cantidades bastante reducidas las que reaccionan ante semejantes calamidades.

No es posible que cuando la vida planetaria se nos va prácticamente de las manos no exista respuesta ciudadana de forma proporcional al problema. Del mismo modo si nos preguntamos por ejemplo ¿cuántas víctimas más tiene que haber para exigir en forma contundente a las autoridades seguridad ciudadana? Hasta ahora la respuesta social ha sido poco menos que nada. Por ello me atrevería a decir que calidad educativa no existe en el mundo salvo en rarísimas excepciones. Educación de calidad no es sólo aprender a leer o escribir o resolver ejercicios matemáticos, sino y principalmente defender la propia vida y la de los demás y de las generaciones que vendrán. De qué sirve un diploma si no te sirve para resguardar el maravilloso milagro de la vida. En correspondencia con esta apatía, la escuela hace poco para no generar personas adormecidas, insensibles, irracionales, al contrario, con su inacción refuerza indirectamente un sistema económico que se trae abajo nuestra propia sobrevivencia. Habrán muchas escuelas públicas y privadas que aparentemente brindan calidad educativa pero lo único que brindan es un falso estatus acorde con el establishment desigual y depredador.

De esto no habla el Ministerio de educación que funge de ente rector del sector pero que en lugar de afrontar de manera integral el problema educativo se centra, para aparentar, en lo administrativo financiero (aunque lo gastado no impacte directamente en el aprendizaje), en experiencias aisladas y elitistas como la instalación de los colegios de alto rendimiento (COAR). De igual manera, la supuesta meritocracia es una gran estafa y hoy el 80 % de maestros ganan por debajo de la Canasta Básica Familiar.

En este contexto se da inicio al año escolar, un tiempo de desconcierto generalizado en las escuelas por una serie de razones. Las novedades curriculares que introduce el Ministerio de Educación tiene como locos al profesorado. Y mientras tanto las instancias descentralizadas brillan por su ausencia. Los nuevos formatos de los documentos docentes acaparan todas las preocupaciones, y se deja de lado el referente fundamental de la educación que es el estudiante. Se da más importancia a temas de control del estudiantado que se supone es cada vez más terrible. También resalta el interés por la evaluación aunque quizás sea en su versión más penalizadora.

Así encerrada en sus propios laberintos la escuela le da la espalda a las demandas sociales. Los problemas de la gente no es problema de los estudiantes que son aislados en la escuela-burbuja.

La verdadera escuela, contrariamente, es liberadora y comprometida con el devenir social. En este sentido la escuela tiene un rol que asumir. Debe orientar su trabajo al cultivo de la crítica, al fortalecimiento de la ciudadanía, al desarrollo de la creatividad, de la ciencia y la tecnología al servicio de la humanidad, para crear sujetos capaces de desarrollarse individual y socialmente.

La escuela debe ser protagonista por la acción  de sus estudiantes en la lucha por mejorar nuestra sociedad. La participación es un derecho ciudadano que debe ser ejercitada en todas sus formas desde el nivel inicial. Se aprende en la sociedad, desde la sociedad, para la sociedad. Si para beneficio de todos hay algo que defender como el ambiente natural la escuela tendrá que intervenir de acuerdo a su condición educadora.

Frente a problemas como los derrames petroleros, la deforestación, la tala ilegal y otras lacras socioambientales nuestro alumnado algo tendrá que decir. Plena participación y protagonismo estudiantil. Sólo así tendrá sentido y profundidad  el conocimiento, las destrezas, los valores que la escuela pone a disposición del estudiante.

Aquella escuela donde, contrariamente a la costumbre, centre su atención en la vida del estudiante, en sus problemas, en su potencial, en sus ideales,  entonces habrá encontrado el camino de la calidad educativa. Una donde además se discuta cómo elevar el coraje, la autoestima del alumnado, estará en otra dimensión, lejos de la escuela enajenante, sancionadora y aniquiladora de la creatividad. Una donde se estimule el amor al prójimo y al entorno, y a su cultura en desmedro de profundizar el desarraigamiento o el acomplejamiento cultural. Por cierto, durante años Gabel Sotil no se cansa de reiterar que la educación debe generar un profundo afecto por el entorno amazónico. Hoy más que nunca sus enseñanzas están vigentes.

Por coincidencia conozco a tres estudiantes del nivel secundario del 2014 que hoy combinan estudios universitarios con un activismo ambiental. De igual forma a dos estudiantes del 2015 que a la par de prepararse para postular participan de la lucha por la defensa de la Amazonía. Profesión, Ciencia y ciudadanía hoy están divorciados. Estos jóvenes deberían estar ceñidos a la privacidad de sus vidas, como todos los demás que son  parte de la vida apolítica de la sociedad, como parte de ese sector minoritario que puede estudiar y asegurarse una profesión que le provea de prestigio social sin importar el estado de las cosas, la injusticia y la irracionalidad de la vida en las urbes metalizadas y consumistas. Felizmente, son jóvenes que tienen ideales que se sienten llamados a acción transformadora y asumen su responsabilidad para hacer de este mundo un lugar digno donde vivir. De dónde salieron, cómo se motivaron. Habrá que averiguar sus antecedentes. Seguramente muchos jóvenes también  protagonizan hoy sus propias luchas. Es la ruta que hay que seguir si no queremos repetir la misma historia.

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿En qué consistió su heroísmo? FERNANDO LORES

¡Qué dolor, qué rabia, qué decepción!

La trampa del extractivismo