Lucha por la igualdad en la movilización indígena

La lucha universal por la igualdad de las personas se actualiza en la insurgencia indígena. El principio de la igualdad no basta que esté declarado en la Constitución política del Perú – el artículo 2 en su segundo acápite declara “Toda persona tiene derecho… A la igualdad ante la ley. Nadie debe ser discriminado por motivo de origen, raza, sexo, idioma, religión, opinión, condición económica o de cualquiera otra índole…” –. Se trata de que lo que está escrito se cumpla a rajatabla y tengamos el amparo de la ley por encima de cualquier condición social, económica y cultural.

Tenemos que pasar de la virtualidad jurídica a la universalización de los derechos humanos en todas sus dimensiones. En el papel todos somos iguales frente a la ley, pero en la práctica solamente los más vivos, los poderosos pueden gozar de los beneficios de un sistema socio económico que se alimenta de la desigualdad.

Todo tipo de exclusión se visibiliza en la población nativa: racial, cultural, económico, social, de lengua. Las poblaciones más pobres del país son de extracción indígena. Son los marginados entre los marginados. En este sentido, lograr la inclusión de este sector social significaría el alcance de uno de los indicadores más trascendentales de desarrollo humano. Mientras tanto, seremos una sociedad enferma, vulnerable, mientras en el país coexistan grandes colectivos humanos que viven al margen del desarrollo social y material.

Aquí radica un tema de fondo por el cual la causa indígena debe convocar en torno a sí a toda persona que se considere progresista y/o humanista. En teoría un Estado tiene la tarea esencial de garantizar la igualdad de sus miembros. Es obvio que el nuestro es el primer pisoteador de las leyes, en tanto no las respeta e intenta imponer una forma de pensamiento que a todas luces resulta nocivo para el ambiente y, por extensión, para toda forma de vida.

Querer reducir la discusión sobre los sucesos del 5 de junio hacia el punto de quién fue el más brutal, como lo hace el Ejecutivo, es ver un solo aspecto del problema. Nadie en su sano juicio se alegra por las muertes. La muerte de los nativos y los policías merecen toda nuestra congoja. Se requiere de una investigación seria y no arbitraria. Hasta la fecha nadie es responsable de haber disparado al dirigente indígena, Santiago Manuin, ahora en proceso delicado de recuperación. Deberán ser castigados los que se encuentren culpables, incluyendo a las autoridades públicas involucradas, pues hay responsabilidad en quienes dieron la orden para usar armas de fuego sin medir las consecuencias, especialmente frente a un pueblo como los awajún que históricamente han respondido reciamente a toda agresión. En realidad, los hechos ocurridos constituyen una parte de un problema que tiene diversos ángulos.

Lo cierto es que hay un asunto central que tiene que ver con el cumplimiento de las leyes. En verdad, las leyes obligan a todos a comportarse más allá de caprichos personales o grupales. Impone una misma regla de juego para todos. En un mundo igualitario nadie tiene corona para imponer sus condiciones más allá de las normas. Y, me refiero a reglas justas, no tramposas que vienen con nombre propio, hechas para satisfacer intereses particulares.

Merece un análisis aparte algo que es difícil de comprender como es el hecho de que haya personas capaces de convertir en propósito fundamental de la vida la acumulación por acumulación del capital y, lo que es más denostable, ponerla por encima del bien común. El materialismo económico, el acaparamiento desmedido es una herencia nefasta de nuestra época que se vale de todos los medios posibles para mantener su vigencia. Precisamente, ese afán de lucro está en la base de los conflictos ambientales y sociales.

Es evidente que hay suficientes razones para que todo el país haga suya la movilización indígena, como se vio el 11 de junio en las principales ciudades del país. El levantamiento nativo se ha convertido en un elemento aglutinador de las fuerzas nacionales gracias a los descomunales errores gobiernistas. No hay duda que es momento de revitalizar ese gran sueño de alcanzar un mundo distinto, una sociedad de veras igualitaria.

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