La evaluación que vale la pena

Todavía es un sueño, aunque quizá no muy lejano, que una escuela cualquiera termine el año escolar con jubilosos gritos de victoria. Que superando un serie de dificultades (todo conspira para que una escuela fracase) se finalicen las actividades académicas del año celebrando el logro de importantes indicadores educativos. Imaginémonos a un director dando a conocer las mejoras alcanzadas en el año con cifras en la mano. Que señale, por ejemplo, que de dos (02) alumnos de 40 que, normalmente logran llegar hasta el nivel de suficiente de comprensión lectora, se haya incrementado a 20. Por supuesto, para seguir luego proyectándose al 100% al siguiente año. De igual forma, en el rubro de capacidades de razonamiento lógico matemático, haber elevado el número de alumnos aprobados de 1 a 15 ó 20. O haciendo referencia al hecho de haber incrementada el 20 % de horas efectivas de clase, con respecto al año anterior, lo que indicaría haber reducido al mí­nimo las suspensiones de clases y el ausentismo docente y, en contraste, haber logrado menos tiempo ocioso, mayor laboriosidad educativa y exigencia profesional.
Del mismo modo, qué interesante hubiera sido ver en este fin de año a todas las escuelas en una dinámica pedagógica sumamente seria, donde se analice y evalúe el desempeño de los docentes de cada Área curricular, incluyendo el de los cargos directivos y, que al final, culmine estableciendo claramente unas nuevas y desafiantes metas educativas a seguir. Interrogantes tales como qué Áreas curriculares fueron las más exitosas y cuáles fueron las dificultades más significativas merecen responderse. Asimismo, cabe preguntarse cómo funcionaron los proyectos y programas que se llevaron a cabo y cuáles fueron sus resultados. La evaluación debe llegar a identificar a los responsables directos que hicieron que las cosas funcionen o no. La elección de los encargados de dirigir a una institución educativa resultante de un proceso reflexivo como el que estamos señalando, serí­a de veras un acto de extraordinaria madurez institucional. La situación resultante del proceso evaluador arrojarí­a los criterios para dar el voto de confianza a las autoridades vigentes o, de ser necesario reemplazarlos, mediante un proceso sensato y transparente. La designación de cargos en las escuelas dejarí­a de ser un hecho sin trascendencia, una santificación de la incompetencia, una traba para la mejora de las instituciones educativas, que permite que todo permanezca sin cambios ni progresos.
En las escuelas seguimos arrastrando taras instituidas que se alimentan de los vicios de un sistema educativo nacional que hace aguas por todos lados. Existe un ambiente de abandono generalizado, del cual es difí­cil esperar algo bueno de por sí. En las escuelas se respira un aire de miedo, de poca confianza y de abandono que debilita todo esfuerzo de renovación de las mismas. En ella, idea nueva que se plantea, idea que es aplastada, cual planta a la que no dejan crecer.
A pesar de ello hay esfuerzos aislados y parciales que, con creatividad, laboriosidad, valentía y fundamentalmente, liderazgo pugnan para sacudirse de este entorno social e institucional agobiante. Congratulaciones a los docentes de estas instituciones educativas que una vez más han mostrado que están en la búsqueda de encontrarse a sí­ mismos, de orientar su misión al reto de poner las bases sociales, cognoscitivas y actitudinales de un mundo más humano.

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