Contra la moral de la destrucción
Indigna hasta el extremo tanto la contaminación del río Corrientes producida por la extracción petrolífera como la indulgencia de las autoridades de hoy, igual que las de ayer. Más de un millón de barriles de agua salada, con hidrocarburos y grasas son depositados diariamente al río desde el Lote 1 AB y 8, en la parte norte del departamento de Loreto, cerca de la frontera con Ecuador.
La justificación dada por ejecutivos de la empresa argentina Plus Petrol dueña de los lotes es para dejarnos totalmente estupefactos. El Estado peruano no lo prohibía en su momento, por lo cual no estaban obligados, dicen ellos, a reinyectar las aguas contaminadas, cuya resultante no puede ser más aberrante: el 98 % y 66 % de niños y niñas de la zona, muestran en la sangre cadmio y plomo respectivamente, por encima de los límites tolerables, componentes que están asociados a cierto tipo de cáncer y demás enfermedades. Para los funcionarios petroleros esto no implica ilegalidad alguna. Sostienen que en la actualidad están reinyectando el 20 % y luego más adelante lo harán al 100 %. A vista y paciencia de todo el mundo, se sigue contaminando y, por consiguiente, eliminando lentamente la vida de animales, plantas, hombres, mujeres y niños de la forma más impune. Después de más de 30 años de explotación petrolera, se habrá concluido con la destrucción del pueblo Achuar, a cambio de adquirir el más preciado bien de la economía occidental: el dinero. Ni los millones de dólares que ganan al día los persuade para que pongan término a esta infamia de forma inmediata.
Por lo visto, hay un trasfondo moral torcido que pone en tela de juicio los logros de la humanidad, en lo que se refiere a valores cívico - morales en más 5 mil años de existencia. Las mismas empresas que en otros países siguen reglas de juego claras y rigurosas a favor de los individuos, en países como el nuestro, hacen todo lo contrario, simplemente porque nada les obliga a hacerlo. Luego, entonces, no es por el principio de conservación y cuidado que cumplen con algunos requisitos indispensables en otros países, sino porque están obligados a hacerlo. Una auténtica moral interesada y caprichosa. Te respeto no porque tengo la convicción de respetarte, sino porque estoy obligado, y si no lo estuviera, pasaría por encima de ti sin contemplaciones. Todo es relativo menos el dinero.
Estados Unidos, Canadá y Japón nuevamente se han opuesto a que sus empresas reduzcan sus emisiones de carbono de forma que se pueda frenar el calentamiento global de manera significativa. Todo por no disminuir sus enormes ganancias económicas. ¿Cómo entender esto? El planeta está al borde del colapso y los principales causantes se niegan a hacer algo al respecto. La misma preocupación genera la industria bélica, especializada en producir instrumentos aniquiladores y que gasta cuantiosos presupuestos que bien podrían aprovecharse a favor de la reducción de la pobreza mundial que, lamentablemente, crece cada vez más.
Afortunadamente no todo es desdicha, pues grandes colectivos se afianzan en su lucha contra los males del sistema, aunque todavía en forma insuficiente. La realidad exige que participemos en política de modo más amplio y efectivo, pero poniendo como base un ideal de desarrollo humano libre de sombras y amenazas. Ahora, a diferencia de la antigüedad donde era requisito ser de origen divino, guerrero o de la realeza, cada individuo tiene la facultad para intervenir en la vida pública. Nada de lo que existe es inmutable e incambiable. El estado social y económico imperante no es algo que tiene que seguir así como está para siempre. Somos los individuos los que le damos forma y existen los mecanismos democráticos para hacerlo. Por ello, debemos intervenir más y mejor en la política, ya no sólo en el ámbito local y nacional, sino, también, en el internacional. Debemos comprometernos con las grandes protestas cívicas globales y, cuando sea necesario, llegar a golpear allí dónde más duele a los grandes intereses mundiales: dejando de comprar sus principales productos.
La justificación dada por ejecutivos de la empresa argentina Plus Petrol dueña de los lotes es para dejarnos totalmente estupefactos. El Estado peruano no lo prohibía en su momento, por lo cual no estaban obligados, dicen ellos, a reinyectar las aguas contaminadas, cuya resultante no puede ser más aberrante: el 98 % y 66 % de niños y niñas de la zona, muestran en la sangre cadmio y plomo respectivamente, por encima de los límites tolerables, componentes que están asociados a cierto tipo de cáncer y demás enfermedades. Para los funcionarios petroleros esto no implica ilegalidad alguna. Sostienen que en la actualidad están reinyectando el 20 % y luego más adelante lo harán al 100 %. A vista y paciencia de todo el mundo, se sigue contaminando y, por consiguiente, eliminando lentamente la vida de animales, plantas, hombres, mujeres y niños de la forma más impune. Después de más de 30 años de explotación petrolera, se habrá concluido con la destrucción del pueblo Achuar, a cambio de adquirir el más preciado bien de la economía occidental: el dinero. Ni los millones de dólares que ganan al día los persuade para que pongan término a esta infamia de forma inmediata.
Por lo visto, hay un trasfondo moral torcido que pone en tela de juicio los logros de la humanidad, en lo que se refiere a valores cívico - morales en más 5 mil años de existencia. Las mismas empresas que en otros países siguen reglas de juego claras y rigurosas a favor de los individuos, en países como el nuestro, hacen todo lo contrario, simplemente porque nada les obliga a hacerlo. Luego, entonces, no es por el principio de conservación y cuidado que cumplen con algunos requisitos indispensables en otros países, sino porque están obligados a hacerlo. Una auténtica moral interesada y caprichosa. Te respeto no porque tengo la convicción de respetarte, sino porque estoy obligado, y si no lo estuviera, pasaría por encima de ti sin contemplaciones. Todo es relativo menos el dinero.
Estados Unidos, Canadá y Japón nuevamente se han opuesto a que sus empresas reduzcan sus emisiones de carbono de forma que se pueda frenar el calentamiento global de manera significativa. Todo por no disminuir sus enormes ganancias económicas. ¿Cómo entender esto? El planeta está al borde del colapso y los principales causantes se niegan a hacer algo al respecto. La misma preocupación genera la industria bélica, especializada en producir instrumentos aniquiladores y que gasta cuantiosos presupuestos que bien podrían aprovecharse a favor de la reducción de la pobreza mundial que, lamentablemente, crece cada vez más.
Afortunadamente no todo es desdicha, pues grandes colectivos se afianzan en su lucha contra los males del sistema, aunque todavía en forma insuficiente. La realidad exige que participemos en política de modo más amplio y efectivo, pero poniendo como base un ideal de desarrollo humano libre de sombras y amenazas. Ahora, a diferencia de la antigüedad donde era requisito ser de origen divino, guerrero o de la realeza, cada individuo tiene la facultad para intervenir en la vida pública. Nada de lo que existe es inmutable e incambiable. El estado social y económico imperante no es algo que tiene que seguir así como está para siempre. Somos los individuos los que le damos forma y existen los mecanismos democráticos para hacerlo. Por ello, debemos intervenir más y mejor en la política, ya no sólo en el ámbito local y nacional, sino, también, en el internacional. Debemos comprometernos con las grandes protestas cívicas globales y, cuando sea necesario, llegar a golpear allí dónde más duele a los grandes intereses mundiales: dejando de comprar sus principales productos.
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