Instituto de Planeamiento Estratégico Regional

“El pez grande se come al chico”, reza un adagio popular comúnmente aceptado, algo así como una ley que alcanza a todo, salvo raras excepciones. Pero, el pez de mayor tamaño no tiene la culpa de ser grande, ni tampoco de tener que alimentarse de otro más chico. Y mucho menos es culpa del pez chico estar en el menú biológico de su hermano mayor. Análogamente, algo de esto sucede en las relaciones entre los individuos y países. Los más grandes y desarrollados generan relaciones desiguales con los de menor envergadura, engulléndolos por completo. El saldo de esta relación siempre estará a favor de aquéllos, por propio peso y, también – desde luego –, por el audaz manejo político que despliegan para resguardar sus privilegios, ya que son ellos los que determinan las reglas de juego, enteramente a su favor.
El pez grande sólo puede actuar como lo que es para mala fortuna del pez chico. A éste solamente le resta desarrollar sus propias destrezas y estrategias de escape para sortear los embates que encontrará en su camino. Un pez pequeño perdería el tiempo si se pusiese a lamentar o gritar a los cuatro vientos contra la desigualdad cuantitativa de sus naturales amenazas. No le quedará otro accionar que perfeccionar sus propios recursos.
En no pocos discursos de políticos y gobernantes con los que nos topamos en medios de comunicación, también en círculos sociales de diverso tipo, existe un halo de protesta contra los países ricos, por el supuesto de que nos oprimen y se aprovechan vilmente de nuestra condición de vulnerables. Somos más o menos “esos” de los que los otros se aprovechan abusando de su inmenso poder. Por supuesto, aquí en Loreto, también, echamos la culpa de todos los males habidos y por haber al centralismo, y, por extensión, a todo lo que venga de fuera. Por supuesto, hay algo de razón detrás de esto, pero, no en el modo de encarar el problema: no podemos echar toda la responsabilidad de lo malo que nos pasa a factores externos. En verdad, nunca saldremos de una posición desventajosa, si no trabajamos desde dentro, en base a nuestras propias fortalezas e intereses.
¿Cómo materializar esto desde nuestra posición regional, dejando de lado por un momento el ámbito nacional? Debemos dar un vuelco a la forma de enfrentar los problemas locales, si queremos mejorar –de veras – las condiciones económicas y sociales de amplios sectores de la población, sumergidos en la precariedad más espantosa.
Esto implica primero, plantarnos sobre nosotros mismos y pensar en grande, pensar como si fuéramos un país propio, lo cual no tiene nada que ver con algún sentimiento antinacional. Debemos, pues, pensar el país desde Loreto y no al revés. Segundo, significa evaluar nuestras potencialidades, ver nuestras fortalezas humanas, naturales y materiales para prendernos y valernos de ellas para insertarnos paulatina y exitosamente en el comercio mundial. Es decir, debemos analizar cómo anda la economía regional, ver en qué se concentra el aparato productivo. Es más, debemos ir más allá del puro hecho de vender nuestras materias primas. Ya sabemos que no nos lleva a nada, como lo demuestran las olas extractivas que recurrentemente se dieron en la amazonía, que luego de cumplido su ciclo sólo dejan hambre y miseria (llámese caucho, pieles, manatí, etc.). La investigación y la tecnología son elementos claves donde cimentar nuestras aspiraciones de cambio, pues, no existe ningún país desarrollado que no haya invertido ampliamente en educación, ciencia y tecnología.
Debemos estirar la frontera de lo posible, necesitamos un Instituto de Planeamiento Estratégico Regional, que diga dónde reunir todo el esfuerzo colectivo. No tenemos que esperar a nadie, ni al centralismo, ni a la dádiva externa, obviamente sin negarnos recibir contribuciones generosas de asesoramiento y apoyo justo y voluntario, pero sin entregarnos a la dependencia enfermiza. Explotemos racional y creativamente nuestros propios recursos, diversificándolos, perfeccionándolos y patentando nuevos productos y aplicaciones. Contamos, por ejemplo, con una extraordinaria naturaleza para la industria farmacéutica, por ahora solamente aprovechada por las empresas y corporaciones internacionales.
Las universidades e instituciones superiores locales requieren de nueva dirección y más apoyo. Hasta la fecha, poco han hecho para contribuir al desarrollo regional. Nuestra Alma Mater, la UNAP, ha dilapidado ingentes cantidades de dinero en construcciones inútiles y poco funcionales, pero muy poco en investigaciones que valgan la pena. Necesitamos una revolución educativa y técnica que nos ponga en un nivel competitivo que nos permita alcanzar un desarrollo material y humano digno para todos. Hay países que hace veinte años o treinta años, eran igual o más pobres que nosotros y ahora gozan de mayores estándares de prosperidad. Es cuestión de actitud, dirección, consenso, creatividad y capacidad de aprender. ¡Lo posible se configura primero en nuestra mente!

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