Cuando hay voluntad todo es posible

Para los que tenemos la oportunidad de visitar instituciones educativas, sabemos anticipadamente que vamos a retornar con cierta decepción o angustia, ante la constatación de altas dosis de apatía, ausentismo, falta de vitalidad y dinámica pedagógica en muchas de ellas. Por ello, es sumamente importante no dejar pasar las experiencias educativas que destacan y erigen a partir de sus propios esfuerzos y voluntades.
En este contexto se inscriben dos instituciones educativas, que vienen desarrollando un notable esfuerzo por constituirse en modelos educativos exitosos dignos de emular. La primera de ellas es un colegio público que cuenta con más de mil estudiantes, que tiene la característica de mantener las carpetas y las aulas aseadas y cuidadosamente conservadas, sin el menor pintarrajeado como sucede en tantas escuelas. Pero además de ello, en este colegio se observa buen ánimo, sosegado regocijo en los rostros de niñas y niños. Las y los estudiantes muestran entusiasmo por participar en las actividades escolares y asumen un protagonismo inusual, lo cual no es poco, pues demuestra el posicionamiento de valores y principios (más allá del discurso) que efectivamente envuelve a todos sus actores. Nos referimos a la Institución Educativa Primaria y Secundaria Nº 6010120 Lucille Gagné de Pellerín (LUGAPE), localizado en la hermosa ciudad de Santa Clotilde, capital del Distrito del Napo, aguas arriba del río del mismo nombre, un poco antes de la frontera con Ecuador. Es dirigida por jóvenes religiosas, y sostenida por una plana docente integrada por maestros y maestras venidos de diversos lugares del país. Los docentes son creativos y emprendedores y dirigen proyectos productivos de diverso tipo, talleres de arte y concursos de razonamiento verbal y matemático. Esta institución educativa cuenta, además, con un internado que permite el acceso a la escuela de los estudiantes de escasos recursos o que viven en zonas alejadas.
Por su parte, la Institución Educativa Agustín Rivas, ubicado en la pequeña y ribereña ciudad de Tamshiyacu, capital del distrito de Fernando Lores, con sólo seis años de existencia, debe su fundación a don Agustín Rivas, un verdadero visionario que gestionó y auspició directamente la habilitación legal y la construcción de un gran complejo educativo, en el que destaca un enorme y original coliseo que complementa su base de cemento con techo de crisnejas y calaminas trasparentes que lo mantienen iluminado en el día, sin requerir luz eléctrica. En realidad, son pocas las instituciones que poseen espacios amplios y valiosos como el colegio Agustín Rivas: áreas verdes y dos grandes piscigranjas, donde crían paiches y sábalos, todavía en baja escala. Además de atender los tres niveles educativos, ostenta un centro ocupacional de diversas carreras técnicas, educación de adultos y una sala de cómputo con acceso a Internet. Pero, principalmente, destaca su laboriosa dinámica pedagógica que, de modo ininterrumpido, cubre mañana, tarde y noche, en un despliegue de esfuerzos que da vida a una cultura institucional interesante.
En honor a la verdad, estamos frente a dos instituciones que pugnan por alcanzar un alto nivel de desarrollo institucional, con estilos y concepciones disímiles, pero en una misma búsqueda. Con exigencia laboral y alto récord de horas efectivas de clase. Entidades que están logrando consolidar sus propios derroteros desde ámbitos tan distintos como distantes. Son modelos educativos que centran su atención en los niños, niñas, adolescentes y jóvenes, desafiándonos a seguir sus auspiciosos pasos, precisamente donde otros claudican. Son ejemplos que nos interpelan e invitan a medir nuestras fuerzas y a evaluar nuestros pre-supuestos de lo que es posible hacer en educación, cuando de por medio existe un empeño auténtico.

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