NUEVO AÑO ESCOLAR: DURA BATALLA POR LA VIDA

La Región 11 de Marzo, 2007
José Manuyama
Vivimos momentos de crisis en los cuales los actores educativos hemos extraviado el verdadero sentido de la educación. Nos hemos perdido en medio de la tormenta sin saber a dónde ir, sin el espíritu de lucha que convierte el día a día educativo en una dura batalla contra la adversidad. Pero no hay tiempo para lamentos, pues el peso de la realidad compromete a actuar ahora mismo como si la vida dependiera únicamente de nuestra intervención, cual bombero que rescata a un niño ante el peligro inminente de la muerte. Esto es educar en la marginalidad: ayudar a los “nadies” - como dijera Eduardo Galeano- a romper el círculo vicioso de la miseria, cambiando el curso de la historia.
Precisamente, estar en aula este año escolar debe constituir una búsqueda de los mejores caminos pedagógicos, que faculte a los alumnos y alumnas de las habilidades y destrezas para que puedan conducirse en un mar de condiciones desiguales, con conciencia de sus retos, capacidades y posibilidades.
Ciertamente, esto puede concretizarse poco a poco en el tiempo que dure un nivel o etapa educativa (mediano y largo plazo). No puede ser tan complicado, pues si se entrena a un niño a leer desde primer grado de primaria, consecuentemente terminará dominando esta habilidad sin dificultades. De igual forma, si desarrollamos la capacidad de investigar, desde primer grado de secundaria, en quinto no puede resultar sino un alumno investigador. Así de simple. El problema radica en que no se hace nada realmente. Ninguna de las destrezas que sirven de indicadores de rendimiento es inalcanzable, muy por el contrario, constituyen pequeños escollos que los docentes tal como están (abandonados a su suerte), no han podido resolver por propia cuenta.
Tenemos la ventaja de asistir a nuevos cursos históricos que marcan la pauta de los cambios mundiales, los avances tecnológicos -especialmente informáticos-, el impacto del conocimiento y la exigencia cada vez más creciente de formas saludables de vida, que reorienta la misión de la escuela hacia el desarrollo de capacidades para el manejo de información, el desarrollo del conocimiento y el despliegue de condiciones actitudinales y técnicas que despierte una vocación por una explotación racional de las grandes fuentes de desarrollo local como la biodiversidad.
Debemos resucitar al docente motivador, capaz de involucrarse con el alumno y de ayudarlo a encontrar un sentido ético a la vida, con el cual enfrente con éxito cualquier circunstancia que se le presente. Debemos decir no al simple repetidor de contenidos o a la burocracia homogeneizante que frena la creatividad pedagógica. Debemos decir no a aquellos que ya se perdieron en la penumbra de la inacción.
No se trata de actuar por actuar sin esperan conseguir nada. Aun en condiciones de precariedad educativa, estamos a un paso de convertir a las escuelas en centros de altísima calidad. Los extremos se tocan. Existe una pequeña distancia entre el caos y el orden, entre lo bueno y lo malo, sólo se necesita un puñado de docentes líderes que quieran asumir el reto. Visto de esta manera, cada sesión de aprendizaje se transforma en un espacio donde se debate permanentemente el bienestar de los niños y niñas, o en una cruzada contra la injusticia, la desigualdad y el abandono.
Posibilitar esto es la principal tarea de los encargados de las instituciones educativas, ya que ser dirigente no es para usufructuar vanamente el irrisorio poder que emana el cargo. Por el contrario, es para generar, con el concurso de todos, comunidades de aprendizaje que hagan de las debilidades organizacionales palancas para el desarrollo institucional.
En el corto plazo no resolveremos nada en concreto, pero a la larga habremos transformado nuestros centros de labores en espacios dinámicos de formación humana, forjadores de nuevos líderes, con la convicción de que luego asumirán los destinos de nuestros pueblos con determinación y sin los monumentales yerros de los antiguos y actuales gobernantes.

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