La emancipación que necesitamos, a propósito de fiestas patrias

Más allá de desfiles escolares y de rojiblancos adornos la fiesta patria debería hacernos reflexionar sobre los diversos acontecimientos que devinieron en la jura de la independencia de 1821. Un proceso independentista que significó la pérdida de infinidad de vidas humanas por un anhelo de justicia y libertad, aunque pensada principalmente desde la óptica criolla, un factor causante de sus limitaciones estructurales que no modificó la estructura socioeconómica de la naciente república.

Para nosotros conmemorar este acontecimiento es en parte retomar los dilemas que provocaron las luchas por la independencia de América, sus pérdidas humanas, sus finalidades, sus conflictos. Sólo así tiene sentido realizar algún acto celebratorio, pero no para quedarse allí sino para retomar la lucha para llevar adelante los procesos que quedaron truncos post fundación del nuevo Estado.

Precisamente, estamos en un país en cuyo acto fundacional la promesa de bienestar que traía consigo fue eclipsada por la precariedad laboral y social, por el incremento exponencial de la delincuencia, por la corrupción en instancias públicas y privadas, por la dictadura de grupos de poder nacionales y extranjeros  que lucran con la destrucción de nuestro entorno natural y social. Un país de opresiones más sutiles pero no menos cruenta que en el pasado que degrada y denigra la vida de la mayoría de peruanos. De qué libertad social se puede hablar en país con sistema educativo crítico donde existe un bajo nivel comprensión lectora una competencia básica para poder comprender otros aspectos de la vida más complejos.

Por eso, creemos que hoy necesitamos de un nuevo y mayor proceso emancipador que lo que hubo en el pasado en las Américas y en otros países que supere las contradicciones causantes de la gran crisis ambiental y social planetaria de hoy: un ilimitado extractivismo en un planeta finito, el imperio nocivo de valores económicos y culturales chatarra que la televisión y las redes sociales difunde a raudales que es en suma una especie del reino de la anticultura o de una cultura biocida.

En este sentido, este mes de julio constituye una oportunidad para ver las problemáticas existentes y plantearlas a la luz de las promesas que buscaron nuestros antepasados indígenas, los precursores, próceres y héroes  y que fueron inmediatamente sometidas al nuevo imperio de nuevos grupos dirigentes convertidos en los nuevos opresores.

Hay ideas, hay ciencia y tecnología suficiente para retomar el camino correcto. De empezar una transición capaz de traernos a todos un progreso que no nos destruya, que no destruya la naturaleza, que no destruya el planeta. Implica crear una nueva cultura que integre lo mejor de la actualidad y del pasado cuya expresión más clara se evidencie en la salud y la tranquilidad de las personas, pero también en el equilibrio ecosistémico de la vida.

Es la bandera que nos une a muchos activistas sociales, progresistas, ecológicos y es lo que se necesita extenderla a todo ámbito de la sociedad ya que los poderes reinantes hacen todo lo posible para mantener las cosas como están a pesar de que el resultado final amenace con acabar con la vida de todos. No olvidemos que nuestro país es parte de un sistema global que funciona de la misma forma depredatoria en todo el planeta. Por ello, debemos continuar con nuestra labor sensibilizadora y organizativa e ir tras una tercera  revolución a escala local, nacional y mundial, la revolución humanística. Las anteriores, la neolítica y la industrial ya llegaron a su tope con un saldo mortal planetario, Únete a este cometido salvador y humanitario.

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