La mujer perfecta (cuento)

Carlos caminaba a paso firme por la acera de la plaza, sonrisa en los labios y tarareando una suave melodía, cuando observó a un compañero suyo, algo meditabundo, sentado en la banca ubicada en la esquina de la floreada y bullanguera plaza del pueblo. En ese instante nada hacía presagiar que este encuentro iba a tener una impensada pero feliz consecuencia que cambiará la vida de uno, como también el preludio de un final poco auspicioso para el otro.

Desde que se fijó en él le vino la idea de saludarle. Ni corto ni perezoso, en cuanto estuvo a la distancia propicia dijo con algo de efusividad a la vez que le estrechaba la mano ¿qué tal compadre, cómo te encuentras? Aquí hermano algo preocupado, se escuchó. ¿Qué sucede? le repreguntó Carlos bajando el tono de la voz al notar el semblante desencajado de su oyente. Esteban se quedó en absoluto silencio por unos segundos, respiró hondo y mirando fijamente a los ojos de su interlocutor, sin poder contener la fuerza interior que le obligaba a exponer sus lastimados sentires, dijo algo dudoso, no sabes qué problemas estoy viviendo con mi compañera. Nuevamente calló y luego prosiguió, nos adoramos el uno al otro pero no nos entendemos, trato de ser la mejor pareja, pero parece que no es suficiente. Carlos miró al cielo intentado entender lo que escuchaba, en qué momento aparezco, pensó. Esteban continuó, el trabajo de ella tanto como el mío nos ocupa mucho tiempo y queda poco para compartirlo entre nosotros, y cuando al final estamos juntos nos disgustamos y, obviamente, discutimos. Agachó la cabeza y meneándola de un lado a otro dijo: ya no sé qué hacer, ya no puedo más, y lo que es peor empiezo a creer que acabaremos mal.

Carlos, sin saber qué gesto hacer ni qué palabra decir, ensayó la siguiente frase buscando salirse de aquella incómoda situación: cuánto lo siento hermano, debes tener paciencia y esperar que todas las cosas se arreglen, nada se logra sin luchar.

En fin, dijo Esteban, qué vamos a hacer, así es la vida, dijo mientras daba un gran suspiro. Por un lado tenía el rostro moderadamente compungido y por otro sentía el alma algo liviana, parecía que la impulsiva confesión le había servido para liberar una carga que le atormentaba. Y, para no seguir extendiendo el asunto, preguntó a Carlos ¿cómo estás tú? Carlos replicó, alargando el sonido de la “o” ¿yooo…? sin saber qué responder. Éste vivía una felicidad que le desbordaba a causa de un particular compromiso amoroso que acababa de empezar. En realidad, Carlos se sentía frenado de dar a conocer lo que vivía, pues cada vez que podía hacía alarde de su buena suerte. Sin embargo, no demoró mucho en despacharse: en este instante sólo te podría contar una cosa, pero creo que no es el momento más adecuado. Sus palabras daban a entender que Esteban no estaba en condición de escuchar una historia totalmente contraria a la suya. Para nada compadre, tranquilo, confía, estoy triste pero no acabado, dijo Esteban mostrando una sorpresiva sonrisa para animarlo a charlar. Más bien lo que te sucede me puede ayudar de algún modo, agregó.

Carlos, que por un momento había perdido la frescura que llevaba, y en forma inmediata como si por un instante se le hubiera olvidado toda la conversación anterior, encendió los ojos y poniéndose pronunciadamente erguido dijo: disculpa mi querido amigo, pero a diferencia de ti, vivo uno de los momentos más felices de mi vida. Su semblante alargado se iluminó en un instante con una amplia sonrisa. Esteban, intentando reacomodarse emocionalmente inquirió ¿Cómo así? Carlos repuso, después de muchos años de búsqueda, de tristezas, de llantos del alma, de corazones rotos y huellas que me han marcado para siempre, creo que por fin he encontrado a la mujer imaginada, a la que buscaba, a la que anhelaba en mis sueños encontrar. Anda compadre, cómo te envidio, ya era hora, te felicito, ya estaba creyendo que te ibas a quedar solo, lo cual para nada hubiera significado un castigo, pues la felicidad depende de cómo se vive la vida y no de con quién se la vive, dijo Esteban con cierto aire de sabiduría. Si pues hermano dijo Carlos. La verdad es que en un momento en que menos lo hubiera esperado me encontré con una gentil dama en una librería buscando el mismo tipo de lectura que yo. Es admiradora de Vargas Llosa y cuenta con la colección completa de sus obras. Es dulce, inteligente, tiene una mirada que te sobrecoge y nos entendemos a la perfección.

Pucha Carlitos, cómo se te encienden los ojos cuando hablas de ella, dándole unos suaves ganchos horizontales en el estómago. Si sigues hablando de esa manera no sé si me voy a enamorar de esa joya de mujer que hablas o de ti mismo por la manera de amarla… ja,ja,ja, se carcajeó el que en un principio estaba triste. No seas chistoso Esteban, lo que pasa es que no puedo evitar sentir tanta emoción por lo que me pasa. Todo el día pienso en ella, sonreímos y hablamos largas horas que hasta a veces nos olvidamos del tiempo. Bueno, estoy seguro que me quedo corto queriendo darte a conocer la satisfacción que siento y la forma de relacionarnos que tenemos.

Una idea cobraba fuerza en la mente de Esteban. Él sabía que ninguna idea buena debe subestimarse, que no hay nada mejor en la vida de las personas que un buen pensamiento. Me alegro por ti querido Carlitos, y ojalá que yo pueda encontrar algo así en mi vida, realmente me has hecho olvidar por un momento algunas penas, pero ahora me tengo que ir, dijo levantándose lentamente.

Cierto, sin querer nos hemos dado una larga conversa, yo también me voy, y ojalá podamos encontrarnos nuevamente y si es posible presentarte a Maricielo que hasta su nombre parece divino. ¡Asu! dijo Esteban. Nos vemos, dijeron ambos, estrechándose las manos en forma simultánea. Carlos siguió la misma dirección que iba antes de detenerse y Esteban fue en sentido inverso sólo por no ir por la misma ruta de su ocasional acompañante. Por otro lado, ninguno de los protagonistas de este diálogo se imaginó que la charla terminaría siendo interesante que hasta Esteban cambio de ánimo al final.

Mucho tiempo después de los aconteceres de esta historia, Esteban llegaría a decir que nadie sabe qué rumbo tomará la vida, que nada está dicho y asegurado, que la realidad cambia sin parar aunque no seamos conscientes de ello, igualmente que nada es malo si se sabe aprovecharlo en forma adecuada. Estos pensares se forjaron a partir de un nuevo encuentro fortuito que iba a acontecer varios lustros después del primero, y sucedería providencialmente en el mismo lugar donde comenzó todo.

¿Es mi cumpa? No puede ser, debo estar mirando mal, pensó Esteban, mientras disminuía la velocidad de su paso. La tarde estaba tan iluminaba que era imposible que alguna sombra dificultara la visión. Por eso caviló, quizás debe ser alguien que se le parece. Agudizó la vista y siguió caminando y cuanto más se le aproximaba descubría que la figura que veía en la banca de la esquina de la plaza era de su amigo Carlos, sólo que tenía la apariencia de una persona notablemente avejentada, deslucida y canosa. Antes que diga una sola palabra escuchó decir: hombre, eres tú, que tal Esteban, cuántos años sin verte, bosquejando una tímida sonrisa, déjame pararme y venga ese abrazo de oso. Claro campeón, afirmó Esteban. Luces bien, dijo Carlos, parece que la vida ha sido generosa contigo, acompáñame un momento. Ambos se sentaron al mismo tiempo. Esteban tomo la palabra, sí pues así parece, no puedo negarlo, en realidad, tuve la suerte de abrir un negocio de zapatos y no me quejo, me ha ido bastante bien. Mientras hablaba Esteban auscultaba el estado descuidado de Carlos y dudando un poco le dijo, te veo algo… ¿estás bien? Carlos lo miró sin decir nada. Esteban puso el dedo derecho en la sien y sostuvo, ahora recuerdo que la última vez que te vi, fue justamente en este lugar, en esa ocasión yo era el que se encontraba sentado, miró la banca y vio que se mantenía en pie aunque con notorios deterioros ¡Qué coincidencia no! Esteban no paraba de hablar, ciertamente, recuerdo que tú estabas radiante de felicidad. Es cierto, y tú me dijiste que estabas por separarte, replicó Carlos. Pues así era, volvió a decir Esteban… ¡Uuuu!, hace tanto tiempo que pasó aquello, por lo que no se me hubiera ocurrido pensar ni por casualidad que podía toparme hoy contigo. Esteban miró al horizonte y dijo sereno, en aquellos tiempos realmente creía que me iba a separar. Hizo una pausa y continuó, al poco tiempo de aquella charla nuestra en esta misma plaza, Rosimary y yo encontramos puntos de coincidencia que nos permitió luego seguir juntos. Quizás no seamos la pareja perfecta, pero podría decir que ahora nos entendemos más que antes. Carlos escuchaba expectante, pareciera que lo que estaba oyendo iba a provocarle insospechados cuestionamientos y de consecuencias impredecibles en su vida, en momentos que sentía que su suerte ya estaba echada. Ciertamente, a veces las personas, aunque en su vida no todo esté bien, dada las circunstancias las acepta en forma inexorable. Pero, nunca es tarde para volver a empezar. Esteban como si estuviera solo continuó: comprendí que los momentos de soledad que ella tenía eran tiempos privilegiados que aprovechaba para su crecimiento personal, que le bastaba saber que me amaba para sentirse bien, que amaba apasionadamente su libertad. Por su parte, ella entendió que expresando sus preocupaciones encontraba en mí a una persona comprensiva y adorable, que las personas somos más que tareas y que merecemos sentirnos escuchados y atendidos. Uhm…, susurró Carlos. Ahora, prosiguió Esteban, tenemos los mismos problemas de antes, de entendimiento especialmente, pero ambos sabemos que lo que hacemos en cualquiera de nuestros espacios laborales y sociales, debe ser compartido, aclarado, disfrutado, recuperado, resarcido de algún modo. Nos dimos cuenta que el amor tiene que expresarse aún en los detalles más simples de la vida.

Carlos cortó el trance de Esteban: hermanito, siempre me he alegrado por la felicidad ajena, y por supuesto por la de un amigo, por lo tanto, no me queda más que hacerme partícipe de tu alegría. Pero, continúa ¿ya tienen hijos?

Esteban siguió en su plática: creo que ambos tuvimos que desarrollar algo de tolerancia, de cordialidad y empatía para no terminar el día con rencores y silencios que siembran dudas. Ahora ya entrados en años, cuando ambos hemos avanzado algo en varios aspectos tanto espirituales como materiales, hemos decidido apadrinar una niña a la cual daremos todo el apoyo posible. No pensamos en tenerla nosotros mismos ni por adopción, pues por las múltiples ocupaciones que tenemos tal vez no podamos encargarnos de su atención completa como quisiéramos. Creemos que un niño o niña merece toda la atención del mundo, tanto social, material, pero principalmente la afectiva. Si vemos que desarrollamos las habilidades necesarias para la crianza, quizás nos animemos a tener uno propio. Por ahora, quisiéramos ayudar, por lo menos, a una niña que requiera de mucha ayuda. En ese sentido, mi Rosimary hace gala de muchos defectos, pero la virtud más extraordinaria que tiene es su vocación de servicio a los demás.

Me imagino, dijo Carlos moviendo la cabeza ligeramente de arriba para abajo, sólo él sabía en su interior que cierto fuego abrasador se encendía dentro de sí, al mismo tiempo que sentía leves espasmos recorriéndole el cuerpo, y como en todo diálogo en algún momento le toca a uno el turno de hablar, antes que le preguntaran se adelantó y afirmó: podrás adivinarlo fácilmente, las cosas no me salieron tan bien como a ti, estoy solo y debilitado. Quién hubiera pensado que mi vida iba a terminar así, reiteró Carlos encogiéndose un poco. ¿Cómo…? sentenció Esteban. Éste sintió que una idea añeja bien instalada en su mente se desvanecía causándole una conmoción extrema que lo desestabilizó. ¡No es que habías encontrado a la mujer perfecta que buscabas…! dijo con los ojos sobresaltados y sintiendo que el corazón se le aceleraba en forma repentina. Reconocía Esteban que aquella historia ideal que años atrás Carlos expusiera había sido un acicate para que se ingeniase de no morir en su intento de hacer de la convivencia conyugal una experiencia grata y de realización personal. Por su parte, Carlos, para terminar su aciago diálogo, sonrió nerviosamente y dijo trémulo, sí hermano, en aquella ocasión realmente creí haber encontrado a la mujer perfecta, vaya fortuna la mía, el problema empezó para mí cuando me di cuenta que ella también buscaba al hombre perfecto, dicho esto y sin que mediara aviso alguno una cristalina lágrima se deslizó con timidez en su rostro, mientras todo el lugar parecía envolverse en un silencio momentáneo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿En qué consistió su heroísmo? FERNANDO LORES

¡Qué dolor, qué rabia, qué decepción!

La trampa del extractivismo