Un sistema político que premia la incoherencia

Hay mucho de tragedia y comedia en la actuación y en el discurso de un vasto sector de representantes de la política nacional y local. Lo vemos a cada instante ahora que se vienen las elecciones regionales y municipales que acechan candidatos – mejor dicho amenazan – que estuvieron presos, los que se pusieron a buen recaudo para que no sean llevados a la cárcel, los hay también en proceso de investigación, etc. Es inaudito, no es una broma, el nivel de cinismo que manifiestan ciertos sectores políticos, secundado por una parte de la población susceptible de caer víctima de los espejismos que provoca la precariedad. Qué saludable sería que todo candidato que se presente a una contienda electoral muestre tal intachabilidad que nadie tenga que reclamarle nada de nada. Esto ayudaría mucho sin duda, y constituiría un indicador de cómo gobernaría en caso de ser elegido por los electores.

¿Qué determina la elección de un candidato? Ciertamente que la “prensa” y los intereses que están detrás son factores decisivos para poner en el tablero de los elegibles a los candidatos de su preferencia. Detrás de los medios de comunicación hay intereses y, además, la época de campaña arroja pingües ganancias por las propagandas publicitarias que no todos los candidatos pueden pagar, y prácticamente esta condición favorece a los competidores que han cosechado más dinero antes que a los honorables. Y por supuesto, esta cosecha luego tiene que devolverse en términos de contratos públicos, convirtiendo los procesos administrativos que regulan estas transacciones en trámites pantallas.

De esta forma es más difícil que un candidato que se maneja por una línea de conducta sobria, honesta, transparente, y por supuesto, lejos de una conducta del vale todo y obsesiva para llegar al poder cueste lo que cueste, pueda sortear los obstáculos del sistema y llegar a la victoria electoral por sus virtudes intelectuales, morales y políticas.

Lo que vivió Valentín Paniagua en la elección del 2006 es un ejemplo emblemático para ilustrar este planteamiento. Habiendo conducido el país durante 8 meses, un período de tránsito que sucedió a la nefasta época corrupta del régimen fujimorista, y haberlo hecho con la limpieza que se conoce, rodeándose de gente destacada y respetada, de quiénes no se sabe ningún tipo de denuncias de malos manejos, diferencia abismal con el presente régimen, sin embargo, la prensa lo invisibilizó en la campaña, los patrocinadores de siempre se le corrieron. Era obvio, éstos no quieren candidatos honestos, y al desaparecerlo del espectro de los elegibles, los electores lo dejaron de lado. Prefirieron al candidato con menos méritos posibles para asumir un cargo en la gestión pública. En una entrevista de Rosa María Palacios se dijo que la estrategia de campaña aprista en la última elección, fue desaparecer a candidatos como Lourdes flores u otros de buen currículo, para competir en la segunda vuelta con Ollanta Humala, pues éste, a decir de algunos expertos partidarios, era el más ganable. Por cierto, la estrategia les funcionó de maravilla. Por lo visto, Paniagua si en esos momentos críticos en que se volvió la situación política del país en el ocaso del gobierno de Fujimori, no hubiera estado al frente del Congreso, quizás nunca hubiera ocupado el cargo de Presidente de la República.
Lo cierto es que contábamos con una persona proba a la mano, conocido por haber gobernado limpiamente el país, lo más lógico era darle el respaldo con los ojos cerrados. Ciertamente, no se puede explicar fácilmente cómo se pudo elegir en el 2006 a alguien que hasta ese momento tenía como currículo más destacado haber sumido al país en un rotundo caos cuando fuera gobierno entre el 85 y el 90, y como para agravar el asunto se protegió luego en la figura de la prescripción para liberarse de la justicia. Si lo miramos de esta manera, nos daremos cuenta que lo que sucede en el país es verdaderamente INCREÍBLE. Esta figura u otras de la misma índole se reproducen en regiones, provincias y distritos. Igual suerte corrió, aunque en otros matices, el destacadísimo Javier Pérez de Cuéllar, a quien Fujimori, como ya sabemos no con buenas artes, ganó en las elecciones de 1995. ¿Cómo pudo suceder?
Mientras esperemos o provoquemos que abunde la integridad, honestidad, humildad en los candidatos, alta exigencia de los votantes, el voto en blanco, nulo o viciado es también una respetable opción cívica para la gobernabilidad del país. Quién sabe si la ficción imaginada por el genial Saramago en su “Ensayo de la lucidez” sea una figura susceptible de concretarse.

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