Una educación liberadora parte de la vida del sujeto
Siempre me ha
preocupado un aspecto de la vida del estudiante: su inmadurez, su
disruptividad, su rebeldía, su inacabamiento. Dicho sea de paso, en la escuela
está prohibido comportarse mal. No es un ámbito para revoltosos, y a aquel que
se pasa de la raya termina simplemente fuera, y como escarmiento para el que
quiera seguir su ejemplo. Los problemas más personales las cargas sin tener con
quien compartirlos, y, con algo de suerte, se terminan disipándose por sí solos
en el tiempo. Así, la parte más delicada de nuestras preocupaciones, la
subjetividad, queda en manos de una mente en formación que tiene que sobrevivir
a la dureza del crecimiento.
La respuesta malcriada,
los hechos violentos, las timideces no forman parte de las preocupaciones
pedagógicas, salvo para ser reprimidos y, a veces, con toda dureza. Pero, si nos
damos cuenta que las personas tenemos nuestro genio, caemos en capricho y engreimientos,
cargamos nuestras carencias junto con otros rasgos más nobles. Lo malo y lo
bueno coexisten felizmente. Sin embargo, hay una cultura escolar que niega esa
parte de la realidad, incluso las buenas costumbres, pues en ésta sólo importa
cumplir con las tareas escolares y no tiene en cuenta los procesos psíquicos y
afectivos que están detrás.
Las personas no
somos ángeles o seres de por sí virtuosísimas. Incluso, las mejores
predisposiciones requieren de un disciplinado entrenamiento para consolidarse.
El educar, el cultivo, es la razón de ser de la educación, no habría educación
si todos tuviéramos a priori un comportamiento perfecto. La madurez es un logro
que se llega previo proceso educativo. En este sentido, quejarse del mal
comportamiento de un estudiante es absurdo. Es el punto de partida. Es una
expresión de la brecha entre el mundo ideal y a la realidad, tal como un dilema
platónico. Por supuesto, abordar esta encrucijada no es nada fácil, es de por
sí un arte, requiere de mucha creatividad y estudio llevar a la práctica esta
concepción que si se logra alcanzar resultará desde ya un verdadero afán
liberador y autoeducativo.
La educación en
general padece de este problema. Por ello, está crisis, por cierto, no
solamente en Perú, sino en todo el orbe, porque no ha logrado que el hombre
avance en el perfeccionamiento humano más allá de lograr mejoras parciales, especialmente
cognitivas, en algunos sistemas. El hecho de que algunas sociedades logren
elevados dominios en la comprensión lectora y en el razonamiento lógico matemático,
no dice mucho en sí mismo. El razonamiento puede darse al margen de la afectividad,
por lo menos hasta cierto punto. Pero, la razón sola y aislada no resuelve los
problemas sociales ni individuales que padecemos, como la polución ambiental a
escala global y los problemas de depresión y angustia tan generalizados.
O, junto, o nada.
La educación al margen de trabajarse en el ámbito de la conciencia de cada
sujeto es social por naturaleza y dentro un ambiente específico, y en un
ambiente general que es el planeta. En ese sentido, los problemas que se
expresan en el individuo siempre están relacionados con los otros. Por tanto,
los principales problemas sociales como el deterioro del medio ambiente, la
crisis económica, la violencia en las calles, el problema de valores están
relacionados con los problemas de los estudiantes en el ámbito subjetivo, en su
yo pensante y sintiente. No hay liberación individual que no esté conectado
con un entorno que lo alimenta. Por lo que la realización plena del acto
educativo individual, como un alcance de algo ideal sólo se concretizará en la medida que también
se logre dentro de un contexto social y ambiental.
Muchas veces, la
educación formal desplaza de plano las necesidades y conflictos de los
estudiantes, para dedicarse principalmente a la asimilación de conceptos que
luego mayormente son olvidados. De esta forma, el carácter y otras condiciones
emocionales de la persona, se desarrollan por su propia cuenta, al azar y no
forman parte consustancial del trabajo educativo.
Por todo ello, la
educación debe partir de la vida misma del individuo. Es situar la vida y el
sujeto mismo como objeto del estudio para ser comprendidos en forma profunda en
su complejidad y pueda, en ese proceso, cultivarse y desarrollarse. De
hecho, como no puede ser de otra forma, pues, el ser humano viene algo así como
en bruto y se humaniza a medida que se va socializando y mejora en la medida
que haya un cierto orden que le exige integrarse en forma activa. En este
sentido, la educación tanto formal y no formal lidiará siempre con lo precario
e inacabado. Por ello, el accionar de la escuela está lejos del solo hecho de realizar
las tareas o repetir los textos de memoria, o cumplir con las tareas para sacar
una nota aprobatoria.
El desafío para
el profesorado de todos los niveles es cómo convertir una materia, un curso, un
taller en una verdadera plataforma educativa en una fuerza capaz de sacar lo
mejor de sí del sujeto que aprende, o que es igual decir sacar lo mejor del
entorno social y exponerlo, desarrollarlo en él. Esto es algo totalmente
distinto de practicar una pedagógica que no provoca, tediosa, memorística, nada
motivante. Así, todo maestro debe preguntarse qué le aporta el área que enseña al
estudiante para librarlo de sus limitaciones y fortalecer sus rasgos positivos.
Pasa por estar atento a las particularidades específicas de cada sujeto. De
hecho, todas las áreas curriculares, en el papel, están orientadas hacia una dimensión
esencial de la persona: educación física, formación cívica, Ciencia, religión,
comunicación, etc.
Por otro lado, todas
las personas, nos movemos entre las necesidades y los deseos. De ahí el
conflicto. Hay una necesidad clara de plenitud, de expandir las alegrías de la
vida. El estudio profundiza, y la materia o área de conocimiento permite conocer
y comprender mejor las cosas, de modo que las decisiones, que los hechos que
suceden en la vida del estudiante, sean asumidas con criterio, con información,
con autocrítica. De este modo, el estudio debe estar al servicio de ese
crecimiento, como cuña de toda acción a realizar, como algo necesario y vital
imposible de evitar, o potenciador de las buenas decisiones, o algo que a la
larga prolongará el goce de la vida. Si la persona aprende de manera natural en
las relaciones humanas, el aprendizaje sistemático fortalece ese aprender, por
tanto, es algo que tiene sentido que sea asimilado. El cómo lograr este
cometido dependerá de la habilidad de cada docente, del papel que juega la
lectura y reflexividad en el aula, de las buenas estrategias y actividades que
se contemplen realizar o de una suerte de pedagogía de la acción que luego será
necesario caracterizar.
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