Juntos podemos lograrlo

Es de conocimiento público que en las sociedades prehispánicas amazónicas abundaba la comida que el bosque proveía. Todavía hasta hace poco, me consta en carne propia, una alta variedad de peces era parte del menú en ciertas épocas del año. Cómo no reconocer el exquisito sabor de la arahuana, yaraquí, bujurqui, tucunaré, acarahuasú, shiruy, carachama, la yulilla, la corvina, la paña, la lisa, la ractacara, palometa, el yahuarachi, paiche, sábalo, el boquichico y otros especímenes cuyo nombre se me van de la memoria. Similar lista armaría en el rubro de frutas u otros productos culturales. Las nuevas generaciones de algunas zonas de Loreto, es probable que sólo escuchen de esta fecundidad sólo como realidades del pasado, ya que bajo diversas formas el comercio se ha encargado de manera interrumpida de contaminar ríos, igualmente, sobreexplotar el subsuelo, los bosques y animales de caza, no sólo en la Amazonía sino en todo el orbe.

Tal es así que de acuerdo a los expertos estamos frente a una serie de grandes problemas ambientales que se visibilizan en la crisis del agua (1100 millones de personas no tienen acceso a agua salubre al haber trastocado la salud de los ríos), en la tragedia del bosque (deforestación, degradación a gran escala con su consiguiente pérdida de la biodiversidad), todo lo cual desembocará en una crisis humana y planetaria (calentamiento global y cambio climático).

No cabe duda que  estamos por tocar o tal vez ya tocamos el umbral del camino del no retorno. Pero la inminencia de tal descalabro tal vez constituya una especial oportunidad para cambiar las cosas, para que más ciudadanos hagamos escuchar nuestra voz con firmeza, fortalecidos por la conciencia de entender la dignidad de la persona humana y la dignidad ambiental como aspectos de una misma realidad que debe ser garantizado por el Estado y la sociedad. La población no está al servicio del aparato estatal, ni de los operadores privados u organizaciones civiles. Es decir, tal vez ahora, cuándo la sociedad en general más consciente de la crisis se vuelva sobre los gobernantes y las instituciones para provocar un cambio de rumbo de los procesos económicos y sociales que hasta la fecha sólo nos encaminan directo hacia una convulsionamiento generalizado, cuyo preludio se observó en las revueltas protagonizadas por los jóvenes en España, Grecia, EE.UU, Chile, algunos países árabes y, hasta hace poco, en Brasil.

Es por ello que decimos que más allá de los problemas que padecemos ahora es momento, aprendiendo del pasado,  de iniciar un proceso de transición donde sea la sustentabilidad intra e intergeneracional una condición esencial de cualquier emprendimiento, donde impere una renovada escala de valores como la que encontramos en la cultura indígena, donde experimentemos nuevos paradigmas para comprender el mundo, y nos sustentemos en tecnologías no dañinas.

Significa hacer un corte, una moratoria, a partir de los cuales, se evalúe qué hacer y pon dónde empezar hacia una sociedad más humanitaria e inteligente. Cualquier actividad que no contribuya multifactorialmente al bien común debe ser sustituida, sea lo que sea. En este contexto, la ciencia y la tecnología deberán estar al servicio de la construcción de esa renovada sociedad.

No tenemos que partir de cero, o de la nada, debemos partir de lo que conocemos que funciona en forma adecuada. Los pueblos amazónicos han convivido con su entorno en forma armónica durante siglos. Además, somos ricos en otros aspectos no materiales de la vida como es la sencillez, la alegría, la hospitalidad. También hablamos del compartir, de la reciprocidad. Y por qué no hablar también de la diversidad cultural y natural. En vez de alejarnos cada vez de ese mundo, o desestructurarlo cada vez, debemos de profundizar, fortalecer y extenderlo hacia todos, enriquecerlo con lo bueno del mundo contemporáneo y a la larga, ayudar a la humanidad a acariciar lo más que se pueda a esa tierra sin mal que imaginaron nuestros antepasados ancestrales.

Recuerdo con emoción, en mi temprana crianza, ver a mi madre compartir aquello que no nos sobraba (plátanos, yuca, pescados y otros productos), y terminaba en la olla de los vecinos o familiares, hecho que era una costumbre antigua de solidaridad de su cultura que recién comprendo, un accionar que se complementaba tan bien con su creencia cristiana del amor.

Justamente, requerimos  de nuevos imaginarios, nuevas banderas que dé sentido a la vida y no caigamos en la desesperanza. De hecho, si no hacemos nada para parar el proceso destructivo generalizado del que somos víctimas, no sólo serán las poblaciones más vulnerables, o el 99 % como decían los “ocupa” en EE.UU., sino también a aquellos, ese 1 %,  que hoy ostentan el poder económico que nos destruye.


Uno de los lemas de la campaña del jubileo de las iglesias cristianas al empezar el siglo XXI decía “debe haber vida antes de la muerte” buscando que los acreedores mundiales condonen la impagable deuda externa de los países llamados del “tercer mundo”. Ya nadie se acuerda de esa campaña, pero traerlo a colación, tiene sentido si es para recordarnos que todos tenemos, al igual que las generaciones venideras, al derecho a vivir en la tierra en forma plena, ahora mismo, no después de la muerte. Pero esa nueva forma de vivir no caerá de la nada como por arte de magia, si nadie mueve un dedo en su concreción. Será posible en la medida que haya operarios.

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